32. JIMENA

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Siempre me ha resultado reconfortante el concepto de "mejor amiga". Se dice que los amigos no son como los hermanos, porque las amistades se eligen, pero yo siempre he tenido una idea distinta. Yo no elegí a Cata y ella tampoco me eligió a mí. El mundo nos puso simplemente la una al lado de la otra en clase y decidimos continuar juntas. Eso segundo sí que fue una elección: seguir creciendo juntas, dedicarnos tiempo.

"Mejor amiga" sonaba emocionante y adulto y hacía que mis ojos se iluminaran. "Mejor amiga" significaba que nuestra relación prevalecería por encima de todas.

Durante la jornada en el instituto no hago más que darle vueltas a cómo ha cambiado ese concepto en mi mente y lo transcendental que suena ahora.

Mis compañeras de clase no dejan de preguntarme por Cata y las gemelas están preocupadas, pero yo no soy capaz de hablar.

No dejo de pensar en el mensaje de Cata y en la conversación que tendré con mis padres al llegar a casa.

Cuando salgo del instituto me dirijo al Otálora para volver a casa acompañada de Darío y al estar ahí, delante de esa puerta, me doy cuenta de que me tiemblan las piernas y tengo las manos sudadas.

El miedo es una cosa curiosa porque por mucho que mi mente me recuerde que no debo temer a León, mi cuerpo sigue recordando sus manos, su agresividad y cada una de sus palabras de odio. Mi cuerpo sigue teniendo miedo. 

Pero León no está y Cayetano tampoco, tal y como me dijo Cata. Darío aparece enseguida acompañado de Pelayo. Le saludo y una sonrisa atraviesa mis labios al pensar en lo que sucedió en la reunión en el local de Jonathan.

Pelayo, Darío y yo emprendemos el camino a casa en silencio.

Hasta que no me quedo a solas con Darío no bajo la voz y le comento:

—Alma y mi padre están en casa, ¿verdad?

—Eso tengo entendido, sí.

—Vale... esto... —respiro hondo antes de hablar—. Voy a contarles lo de León. Hay un par de cosas que no sabes tú y que te van a sorprender. ¿Te importaría quedarte conmigo mientras hablo con ellos? Joder, estoy de los nervios.

Darío frunce el ceño y sé que en su cabeza se barajan todas las posibilidades sobre qué podría querer contar. Quizás se imagina ya algo. Quizás no. Tenerlo de mi parte me tranquiliza, pero cuando llegamos a casa estoy temblando.

CATA: ¿Ya estás en tu casa?

JIMENA: Sí

CATA: Suerte. Hablamos luego.

Cuando llegamos a casa, mi padre y Alma están sacando los platos limpios del lavavajillas mientras se ríen y escuchan música instrumental. Sus risas hacen que el vello se me ponga de punta porque no puedo dejar de pensar en que en unos minutos destruiré toda esa felicidad.

Papá se gira al escucharnos entrar y me saluda con una sonrisa.

Está muy contento. Demasiado contento. Joder, voy a fastidiarle el día. Joder, ¿cómo voy a poder mirarle a los ojos a partir de ahora? Él, desde luego, ya nunca me verá igual.

—Chicos, Alma y yo estábamos pensando en ir al cine esta tarde... A ver la película de...

—La nueva de Wes Anderson —completa la frase Alma.

—Eso. La nueva de Wes Anderson. ¿Os apetece? —pregunta, dejando el último plato limpio.

Darío me dedica una mirada de urgencia y yo siento ganas de vomitar. Claro que quiero ir a ver esa película, pero no lo haremos. Esta tarde no habrá cine para nadie porque les voy a fastidiar el día, la semana, el mes y hasta el año. Voy a fastidiarlo todo. 

Perdón por no ser Julieta  | Serie Cayetano #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora