24. JIMENA

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ZORRA ROBANOVIOS

Las palabras siguen transcritas en mi cerebro, por mucho que Mencía las borrara del pupitre.

Lo último que me apetecía hoy era ir al ensayo de Romeo y Julieta, así que me he pasado todo el recreo encerrada en el cuarto de baño, comiéndome un sándwich como si fuera la protagonista de una película americana cliché. No he respondido a ninguno de los mensajes de preocupación que me han mandado las gemelas y durante la clase tampoco les he dirigido la palabra.

No se merecen que les haga el vacío, pero hoy no quiero hablar con nadie.

Cuando salgo del instituto con la cabeza gacha y me encamino hacia el Otálora, me cruzo con la melena pelirroja de Cata. Ella me mira y durante unos instantes me convenzo de que me pedirá perdón o de que, por lo menos, me dirá algo. No es así. Ella también agacha la mirada y cambia de dirección para no ir hacia el instituto masculino.

Parece mentira. He aguantado bien las ganas de llorar hasta ahora y solo con verla estoy a punto de hacerlo.

Muevo la cabeza y respiro hondo reemprendiendo mi camino. Me abrazo fuerte a mi chaqueta, con el frío de mediados de febrero calándose en mis huesos. En la puerta del Germán Otálora, los chicos ríen y charlan y yo me siento más segura y tranquila porque por lo menos sé que no soy su tema de conversación. Mi hermanastro está apoyado en la valla del parking, hablando con un Pelayo que parece haberse recuperado favorablemente del fin de semana.

—¡Hola, Pelayo! —le saludo —. ¿Cómo estás? Veo que tienes la cabeza a tu tamaño natural.

El chico sonríe y me coge de los hombros para darme dos besos.

—¡Hola, Jimena! Sí, no pienso volver a ir al McDonalds...

—Mejor que no.

—Hola —me saluda Darío también.

Voy a darle dos besos cuando veo a León salir del instituto, seguido por Cayetano y algunos amigos. De repente no me acuerdo ni de cómo me llamo, aunque me obligo a tranquilizarme. ¡Solo faltaría que ahora no pudiera ir a ver a mi hermano por miedo a encontrarme con él! Aunque no me relajo. Creo que Darío me dice algo, pero no le escucho. Solo miro a León, con su melena ondeando en el viento y su ceño fruncido.

¿Camina hacia mí o solo me lo estoy imaginando? Retrocedo, como por inercia.

—¡¿Qué cojones haces aquí?! —grita León, agarrándome por los hombros y obligándome a mirarle—. ¿Has venido a seguir mintiendo?

Intento apartarlo y estoy a punto de trastabillar. Darío apenas tarda unos segundos en reaccionar y propinarle un empujón a León para separarlo de mí.

—¡¿Qué te pasa en la puta cabeza?! —le grita mi hermanastro, golpeándole en el pecho—. ¡Como le toques un pelo te voy a matar!

León le devuelve el golpe y los dos se enzarzan en un sinfín de empujones.

—¡Es una mentirosa! ¡Está obsesionada conmigo! —sigue gritando León.

A nuestro alrededor se ha creado un círculo de personas que observan la pelea con expectación y antes de que pueda darme cuenta descubro que estoy llorando y mi cuerpo entero tiembla.

Pelayo y Cayetano logran meterse entre los dos sujetan a León cada vez que él intenta moverse. Yo quiero moverme también. Hacer algo, lo que sea. Pero estoy paralizada.

—¡Tío, para! ¡¿Se te ha ido la puta olla?! —le grita Cayetano.

—¡No te metas! —grita León, moviendo la cabeza—. Esto es por tu prima, ¿vale? Porque la zorra de su amiga no deja de meter mierda entre nosotros.

Perdón por no ser Julieta  | Serie Cayetano #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora