17. JIMENA

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 🎵La mujer de verde- IZAL🎵

Desde pequeña he querido ser veterinaria porque el amor que siento por los animales no lo he sentido por nadie más.

Empecé a montar a caballo cuando tenía siete años. Me fascinaba subirme a un animal, establecer una conexión emocional con él y cómo ese caballo me podía caer mejor y hacerme sentir mejor que muchas personas. La hípica era un lugar del que, hubiese sido como hubiese sido mi día o semana, siempre iba a salir sintiéndome bien.

De los siete a los quince años montar a caballo se convirtió en mi lugar seguro. Vladimir, mi caballo negro, era la única cosa que podía llamar mía, aunque la nuestra no fuera una relación de propiedad. La verdad, siempre he pensado que yo soy de Vladimir en más sentidos de los que él es mío. No importaba que mis padres se hubiesen separado, no importaba que me saliese mal un examen o que discutiese con una amiga, no importaba que mi padre tuviese una nueva mujer y que hubiese una nueva persona desconocida viviendo en casa... no importaba nada porque yo seguía teniendo a Vladimir. Montar a caballo no era solo una oportunidad de mejorar cada día en las competiciones sino una oportunidad de estabilidad, de ser feliz pasase lo que pasase. Desde los siete años me convencí a mí misma de que los caballos siempre estarían para mí del mismo modo incondicional en el que yo estaría para ellos y que mis sentimientos no cambiarían jamás.

Hay una razón por la que no quería ir a la hípica ni volver a las competiciones: no quería aceptar que mi relación con los caballos había cambiado e ir a montar hoy ha sido la constatación de este hecho.

Jimena, reacciona.

Montar a caballo exige estar siempre alerta, con los sentidos enfocados en una única tarea y eso es algo que ahora mismo me parece imposible.

No diré nada, no te preocupes.

Mi entrenadora siempre se ha cansado de decir que montar a caballo exige concentración y yo nunca he necesitado escucharlo porque era algo que brotaba naturalmente de mí. Yo cambiaba una vez entraba en la hípica y todos mis sentidos se ponían en el caballo.

Eres una niñata. Me has decepcionado.

Pero ahora no puedo concentrarme. Es imposible. Intento tocar a Vladimir, escucharle, prestarle atención, centrarme en sus sentimientos, pero él siente también los míos y le altera mi ansiedad.

—¡Jimena, concéntrate! —exclama mi entrenadora.

Y yo intento concentrarme, intento concentrarme, pero no soy capaz de saltar una mísera valla cuando las carreras con obstáculos siempre han sido mi fuerte y mi cosa favorita en el mundo.

—Jimena, ¿dónde tienes la cabeza? —repite mi entrenadora y yo tengo que contenerme para no acercarme a ella y meterle un puñetazo.

Vladimir no quiere seguir aquí, yo tampoco. Vladimir se revuelve y hace que yo pierda el equilibrio.

He perdonado a León.

—Jimena, ¿qué te pasa?

Eres mi mejor amiga.

—Lo siento, será mejor que acabe por hoy —digo, evitando la mirada de reprobación de mi entrenadora.

¿Me crees?

—Es lo que pasa cuando te tiras semanas sin entrenar, que después vuelves y no te sale nada... La equitación es compromiso, Jimena. Sin compromiso, no tenemos nada.

Nunca has tenido pareja, no lo entenderías.

Yo solo quiero salir de aquí. Decirle a mi madre y a mi padre que he cumplido, que he ido a entrenar y poder estar otras dos semanas sin pisar la hípica con la excusa de los exámenes.

Perdón por no ser Julieta  | Serie Cayetano #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora