33. CATA

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AVISO DE CONTENIDO: EN ESTE CAPÍTULO SE HABLA DE UNA AGRESIÓN SEXUAL

De lo que pasó desde que entré en comisaría con Jimena a mi lado solo tengo recuerdos vagos, como si los sucesos ni me pertenecieran a mí sino a otra persona y yo lo estuviera viendo desde fuera.

Me hicieron un examen médico, tal y como decían en internet. No me parecía que tuviera mucho sentido teniendo en cuenta la cantidad de días que habían pasado desde lo ocurrido.

Yo no dejaba de preguntarme: ¿cómo voy a probar esto? ¿Cómo voy a probar lo que me ha pasado denunciando semanas tarde y habiendo sido agredido por mi novio?

Esto no se parecía en nada a una violación de libro, de esas de callejón oscuro y de violador que te apunta con un arma.

No. Lo más doloroso es que lo que pasó esa noche se parecía mucho, muchísimo, a lo que había pasado en tantas otras noches. El ritual era exactamente el mismo con la única excepción de que yo no quería hacerlo.

¿Cómo iba a demostrarlo? Sería su palabra contra la mía, ¿alguien podía ir a la cárcel solo en base a palabras? ¿Acaso quería que León fuera a la cárcel?

Recibí varios mensajes de León ese día y con cada uno de ellos sentía una nueva punzada de culpa. Pensé varias veces en dejarlo todo y olvidarme del tema porque quizás León tenía razón.

Pero después...

Yo le había dicho que no y me aferraba a eso.

Yo no quería.

Había tenido el valor de decírselo, de hablar con mis padres, de llegar hasta aquí y tenía a Jimena a mi lado, mirándome con esos ojos gigantes.

Denuncié en comisaría y después lo hizo Jimena, porque, aunque los hechos se juzgarían por separado siempre podíamos denunciar a la vez. Eso ayudó. La escuché contar su historia y me pregunté cómo era posible que me hubiese puesto del lado de León en tantas ocasiones.

Jimena enseñó los mensajes de texto que había estado recibiendo. Jimena explicó lo que pasó en la puerta del instituto cuando León la insultó y agarró. Yo me pregunté una vez más cómo había podido estar del lado de León.

Me sentí mal y exagerada cuando pregunté si podíamos poner una orden de alejamiento. Incluso cuando me dijeron que sí, que podíamos ponerla, me sentí exagerada. Mi familia, a pesar de dejarme claro que estaba cometiendo un error, trajo para al mejor abogado que conocían. Y eso ayudó.

Conté lo sucedido una vez detrás de otra con miedo a que no diera la impresión de estar lo suficientemente mal o lo suficientemente rota. Porque yo no me sentía rota y desde luego no me sentía mal. Por lo menos, no sabía cómo estar mal después de tantos, tantos días forzándome a estar bien.

Fue la primera vez en la que relaté lo que había sucedido de manera cronológica, deteniéndome en los detalles. Como estaba él. Como estaba yo. El olor de las sábanas, mis sábanas. El olor del alcohol.

Que habíamos tenido una bronca antes, los detalles de todo eso, porque les pareció relevante. Que los dos habíamos bebido mucho, que él estaba enfadado al principio y después no. Que fuimos a mi casa y tuvimos relaciones sexuales.

La sensación de despertar angustiada en mitad de la noche al sentir sus manos en mi cuerpo.

Que tardé en darme cuenta de lo que estaba pasando y él siguió, aunque yo ni siquiera estuviera despierta del todo. Cuando pude le dije que no. Le dije que no. Le dije que no y después le besé y él me besó y yo no sentí miedo porque no quería sentir nada. Solo quería que acabara.

Sí, seguimos juntos después. No, no tenía miedo.

He contado incluso que le pedí a Jimena que me comprara una píldora anticonceptiva porque él no utilizó condón. Que sí que habíamos utilizado condón todas las veces anteriores porque yo siempre le pedía que lo hiciera. Pero no fue así entonces porque yo no quería.

No, no tenía miedo entonces.

Sí, sí tengo miedo ahora.

Contarlo todo. Llorar. Volver a contarlo a otra persona diferente. Llorar un poco menos.

Que mis padres me acompañen, pero ni siquiera me miren.

Regresar a casa sin saber qué pasará después.

Con Jimena. Siempre con Jimena. 

 

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Perdón por no ser Julieta  | Serie Cayetano #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora