30. JIMENA

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Cata no llora cuando voy a buscarla frente al centro comercial. Tampoco quiere que le abrace ni me cuenta nada de lo que ha pasado. Sé que la cosa ha ido mal, pero tampoco le quiero hacer preguntas. Solo quiero estar con ella.

Al cabo de un rato sentadas en el banco, mi teléfono empieza a sonar. Lo cuelgo enseguida.

—¿Quién te llama? —pregunta Cata.

—Nada, es Raisa, que me había dicho de ir a un... ¿evento?

—¿Un evento? —por la forma en la que lo dice, siento que he captado su atención.

—No es el evento que imaginas. Lo han organizado Jonathan y Pelayo, en el local del tío de Jonathan, ya sabes, al que fuimos... —mi voz se deshace al recordar lo que sucedió esa noche y no sé si es demasiado pronto para regresar ahí—. Dicen que tienen algo que contar.

—Como digan que están liados Brianda se va a llevar un disgusto...

—Miedo me da —río —. Estarán ellos dos, Salva, Darío, Isaac y Raisa. ¿Quieres venir?

—Reconozco que tengo un poco de curiosidad.

No hace falta que lo pensemos más. Las dos cogemos un taxi que nos lleva hasta el local del tío de Jonathan. Por el camino, le cuento a Cata todo el chisme que he recopilado hasta ahora.

—Mi hermano y Salva se liaron por primera vez en la fiesta como nos contaron, pero después Salva le convenció para venir hasta aquí en Halloween. Salva empezó a pintar grafitis con la palabra Amor por toda Valencia, aquí, dejó uno, también en el instituto, al lado de un mural que hizo Raisa. ¡Y Raisa estuvo súper enamorada de Salva! ¡Son mejores amigos desde siempre! —me sabe mal airear las miserias de mi amiga, pero sé que hará que Cata se sienta un poco mejor. Al menos ahora sonríe.

—Pobrecita —masculla.

—Sí. Pero lo está superando.

—Lo está superando dándote clases particulares... Dándole clases particulares a la hermanastra del novio del chico del que lleva toda la vida enamorada.

—Sí. Ahora que lo dices, es verdad que suena un poco raro.

—Las dos sois bastante raras.

El taxista frena delante del local y siento que mis zapatillas Veja se me llenan de barro antes incluso de ponerme a andar. Menudo asco.

—¿Esta gente no me odiará mucho por el puñetazo que te di en la fiesta? —pregunta Cata—. Perdón otra vez por eso...

No me da tiempo a responder. Raisa aparece entonces, con el cabello negro y largo ondeando en su espalda.

—Jonathan no dejará que eclipses su momento odiándote —responde y después nos sonríe a las dos—. ¿Vamos dentro?

Pero a pesar de sus palabras, sé que Cata está nerviosa así que le doy la mano y la estrecho con fuerza.

El local está igual que la última vez. Hay menos gente, claro, por lo que se marcan más sus imperfecciones. La luz que entra por las ventanas es más natural, pero mantiene ese olor indescifrable que se me cuela por las fosas nasales e impregna cada poro de mi piel.

Darío se acerca para saludarnos, acompañado por Salva. Los dos fruncen un poco el ceño al verme porque no esperan que esté aquí. Y quizás, quizás especialmente no esperan ver a Cata.

—¡Hola! —saludan.

—Gracias por invitarme —dice Cata rascándose la nuca. Ella sabe de sobra que no la han invitado, pero no dicen nada incómodo.

Perdón por no ser Julieta  | Serie Cayetano #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora