Capítulo 03

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De vuelta a la inhóspita oscuridad.
La lluvia desató consecuencias; fiebre.
No hay tuberías en la casa y no tengo baldes para llenar. Ir al lago solo por humedecer un trozo de tela no es opción, además es riesgoso.

Ya me acostumbraré, pensé. Solo faltan algunas tormentas y más fiebres.
Me acurruco y tiro de la manta; se rompe aunque no empleo mucha fuerza. Intento tapar mi cuerpo con las dos mitades pero es inútil.

Paso la noche con temperaturas altas.
Despierto al amanecer por el canto de los gallos. Aunque no poseo un espejo sé que tengo medias lunas bajo los ojos.

Una pitón baja por una esquina del muro, retrocedo, aún tumbada en el colchón y tomo mi cuchillo, pero esperaba no tener que usarlo, sino que la serpiente se perdiera sola.
Sus desarrollados ojos me observan y saca su lengua al aire. Me pongo de pie lentamente y la pitón inicia a arrastrarse por el suelo.
Siento un escalofrío invadir mi cuerpo al ver que mide cerca de cinco metros.

— No puedo hacer esto —susurro para mí misma.

Sujeto con fuerza el puñal y pienso que lo razonable sería cortarle la cabeza, aunque por la mitad tampoco estaría mal.
Espero que la víbora se aproxime lo suficiente y lanzo la hoja al suelo. La cabeza sale volando y su cuerpo queda junto a mí.

La sensación de asco y miedo se mezclan, dejo caer el puñal y el golpe seco rebervera en el cuarto.
Luego de hallar una rama muevo los trozos de la serpiente hacia fuera.

Me siento sobre el suelo áspero y llevo las rodillas a mi pecho, con mis brazos rodeo mis huesudas piernas y coloco mi frente febril sobre las rodillas. Mis ojos se vuelven acuosos y siento una punzada en la cabeza.

Un estrépito golpe sobre el techo me hace salir de mis reflexiones. No puedo ni llorar tranquilamente. Empuño el cuchillo por inercia y salgo a hurtadillas de la casucha. Me alejo y me alejo hasta lograr ver lo que hay en el techo.

Un gato color azabache me mira fijamente con sus ojos grises, lo observo también y pasa de estar acostado sobre las latas a caminar hasta el borde con sus patitas esponjosas.
Cae a mi lado perfectamente y doy dos pasos atrás por lo repentino.
Los gatos siempre caen de pie.

Entro a la casa y cierro la puerta. El gato pasa sus garras sobre la madera, haciendo que vuelva a abrirla.

— Entra —declaro, como si pudiese entender.

Camina despacio y se detiene, observa el cuarto, o eso parece y continúa dando pequeños pasos hasta llegar a estar sobre el colchón.

— Ese es mi lugar, pero te dejaré estar. Verás que realmente no es acogedor.

El gato se queda quieto al escucharme hablar y luego se chupa las patas. Me pongo de cuclillas y acaricio su cabeza.

— Si te quedas conmigo, tendría a alguien con quién hablar —bufo, en teoría no es alguien pero me haría compañía.

— Me volveré loca —el gato continúa lamiendo su pelaje y me pongo de pie, también me toca un baño.


Nieve y obsidianaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora