Capítulo 29

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Me desvío nuevamente del camino hacia el palacio y cabalgo hasta Nuwiek.
Tomo unos tragos de la cantimplora y como unas bayas.
Paso frente al árbol seco y la casucha de madera comida por las polillas.

Aproximo a Snowflake al sitio donde ví la casa por última vez. Observo la nieve por un momento y me siento ridícula por lo que haré. Tomo un puñado de sal de un recipiente y lo regreso a la cesta.
Respiro y sin pensarlo demasiado lanzo la sal al aire.

El que leyera ese libro de hechizos apaciguó mi reacción.
La sal se queda suspendida a una altura que me indica que ahí está el techo.
Bajo del caballo y lo ato a una rama de un cedro; a una distancia prudente. Me acerco con escepticismo y levanto mis manos. La casa es invisible pero sigue ahí. Puedo sentir la madera bajo mis manos pero es desconcertante.
¿Seguiría siendo invisible por dentro?

Llevo mis manos hasta la puerta. Siento el muñeco y bajo un poco más, llegando hasta el pomo. Lo giro y me adentro en la casa.

Por suerte, no hay nadie, o eso creo.
El color negro se encuentra por todos lados. Siento un escalofrío subir por mi columna. Es tétrica, sombría y tenebrosa.
Hay velas por todas partes, estantes con frascos de cristal, plantas, dientes, uñas, fruta descompuesta, colmillos, y cosas que no identifico.

Los murciélagos cuelgan del techo y me pregunto como podrá alguien vivir aquí.
Camino más allá, la cocina tal vez.
Hay una olla enorme con un cucharón de madera. Tomo el mango de la cuchara y revuelvo la sopa, saco la cuchara y un ojo sale con ella. Me sobresalto, dejando la cuchara caer dentro de la olla. Sumerjo la mano en la sopa y tomo el cucharón, lo lavo en una cubeta de agua que encontré, sin gastar demasiado y la coloco de nuevo en su lugar.

Busco algo más, algo que pueda decirme que el culpable de lo que le sucedió al príncipe vive aquí.
Atravieso una cortina desteñida y con hoyos. Vestidos negros, grises, verdes y marrones se encuentran en el guardarropa. Sobre una mesa desgastada, collares de huesos, cuarzos y escamas.
Me enrredo con una telaraña y sacudo la mano con fuerza para deshacerme de ella.

Hay tantas cosas y a la vez nada. Doy media vuelta para salir de la habitación pero escucho la puerta abrirse.

Bajo la cama el suelo está viscoso. Las telarañas se pegan en mi cara y el polvo me provoca alergia. Reprimo un estornudo.
Dejo de respirar al ver unas botas negras con agujetas frente a mí. Deslizo la mano a mi bota, con algo de dificultad, cuando siento que ha permanecido demasiados segundos plantada.

Retiro el cuchillo lentamente y vuelvo a respirar cuando veo sus pies cruzar la cortina.
¿Cómo saldré de aquí? 
Ignoro todas las bacterias que he de tener pegadas a la piel, el polvo y que estoy debajo de una cama, y pienso con la cabeza fría.

Alcancé a ver una ventana con dos puertecillas de madera justo antes de ocultarme aquí. La cortina juega a mi favor. Agudizo el oído y por lo que parece, la hechicera revuelve la sopa, o lo que sea que es, por el leve golpecito de la cuchara.

Me arrastro fuera de la cama cuando escucho el rechinar de una silla. Rodeo la pequeña cama y extiendo las manos hacia una puerta. La abro con lentitud, sintiendo como el corazón amenaza con salirse de mi pecho. El espacio es muy reducido así que inicio a abrir la otra puertecilla.

Pienso que saldré con éxito, pero el chillido de la puerta me hace perder mis esperanzas.

Nieve y obsidianaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora