Capítulo 20

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Siento que mis pies están pegados al suelo y no puedo avanzar. El gato salta de mis brazos y cae sobre la nieve.
El príncipe se gira, supongo que percibió que alguien lo acechaba, y se queda desconcertado.

— ¿Kalina? —abro la boca pero ninguna palabra sale—. ¿Está bien, está pálida?

— ¿Qué edad tiene? —el príncipe me observa con confusión.

— Esa no es la clase de preguntas que se le hace a un príncipe.

Llevo mis manos temblorosas a las agujetas del corset e inicio a desatarlas.

— ¿Se ha vuelto loca? —pregunta nervioso.

Me giro, con una mano en mi pecho para mantener el corset.

— Mire —declaro al señalar la mancha que tengo en la espalda.

— No voy a mirar —su rostro está sonrojado y observa para todos lados, para asegurarse que estamos solos.

— Mire —repito.

Gira su rostro con lentitud y recorre con sus ojos verdes mi espalda.
Se enfoca en mi dedo y lo que estoy señalando. Ahora el pálido es él.

— Por eso su cabello es tan similar al mío.

Lo detallo, tiene la nariz respingada, mi nariz. La nariz de mi madre.
Apreta la mandíbula y me mira a los ojos.
Un efímero sentimiento de decepción se acumula en mi pecho.

— Somos hermanos —pronuncia—. ¿Soy hermano de una campesina?

No puede ser cierto.

Pero no lo culpo, en las juntas solo nos reunimos los hijos para reemplazar a algunos de nuestros padres y yo solo una vez lo he hecho, lo suficiente para no ser recordada.

— Princesa Anniken de Zoyet, Reino Norte —me inclino ligeramente.

— Eso explica lo que sabe —sus ojos se tornan irascibles, dejando la confusión de lado e inicia a caminar en tanto se pone la camisa de lino.

— ¿¡A dónde va!?

— Ella lo sabía.

¿Ella? La reina Eithne.

— ¡Espera! —exclamo, pero él no me escucha.

— Tú, no eres mi madre —declara con enojo al acercarse al trono de la reina.

— Te tardaste demasiado en descubrir lo que está a simple vista —se mofa.

— Pensé que era por mi linaje —expresa al señalar su cabello—. No tuve tiempo de pensar en suposiciones porque siempre te vi como mi madre.

— Me decepciona que tu hermanita tuviera que decírtelo, pensé que eras más brillante —menciona la reina con tono grotesco.

¿Hermanita?

— ¡Sabías que era la princesa desde que llegó aquí! Lo sabías, ¡y no dijiste nada!

— Por supuesto, me convenía mantenerte conmigo y que sigueras pensando que eras mi hijo.

— ¿Qué si llegaba a sentir algo por ella? —la reina suelta una risa sarcástica.

— ¿Iniciabas a sentirte atraído por tu hermanita? —chasquea la lengua—. Mal por tí.

Ignoro la oleada de emociones que me invade y aprieto los puños.

— ¿Por qué me permitió quedarme, sabiendo que podía exponer su secreto?

La reina Eithne se pone de pie. Su vestido púrpura con esmeraldas se desliza hasta tocar el suelo.

— ¿Qué tal si ninguno lo hubiera descubierto? Dejar al rey Vaden sin su primogénita... Sería una gran ventaja para mi reino; expandir mis tierras. Los hubiera dejado enamorarse.

— ¡Es una aberración! —expresa el príncipe y no puedo estar más de acuerdo.

— Lástima que la princesa resultó ser más lista que tú.

Nieve y obsidianaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora