Capítulo 09

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Un maullido me sacó de mis sueños. El olor a pan tostado inundaba la casa.

Llevo una mano a mi frente y hervía. Quise ponerme de pie pero la anciana me detuvo. Repite lo que había hecho y regresa a la cocina. Llena una olla de agua y la trae consigo. Se tumba en una silla de madera y remoja una toalla. Limpia mi frente con suavidad y mis párpados se sienten pesados de nuevo.

— Duerma un poco más, chiquilla —fue lo último que escuché.

***

Una taza de té junto a unos trozos de pan tostado reposaban sobre la mesa. Miro en busca de la anciana pero no hay pista de ella.

Saboreo el té, aunque no es el mismo que el del palacio, es reconfortante. Me pongo en pie luego de comer y abro la ventana de madera. Los leves rayos de luz entran a la casa y el canto de las aves llena mis oídos.

Vislumbro el cabello canoso y la figura regordeta, con leña bajo sus brazos. Salgo enseguida, olvidando mis zapatillas y tomo parte de la madera. La hierba ya seca se escabulle por mis dedos y una repentina corriente de aire despeina mi cabello.

— Déjeme revisar su fiebre, chiquilla —expresa al dejar la leña dentro de la casa.

— Estoy bien, planeo marcharme pronto.

— Temo que arruinaré sus planes —menciona al tocar mi frente.

— Tengo que llegar al palacio.

— No la detendré si quiere hacerlo, pero sin alimento y con esa fiebre podría desmayarse —lo tomo en cuenta.

Ni siquiera sabía qué iba a decirle a la reina o al príncipe. Quizás otro día más despejaría mi mente.

— Partiré mañana.

La leña se consume y el crepitar del fuego me sumerge en un mar de pensamientos.
Había huído, sin buscar el motivo de su muerte. Tan solo había huído al ver su cuerpo inerte y la sangre derramarse por su vestido aterciopelado.

Cruzo la puerta y camino lo suficientemente lejos de la cabaña, hasta tumbarme en la hierba.
Pronto el césped se vestiría de blanco y necesitaría un manto que me cubriera del frío.
Pasaré la primera nevada fuera del palacio, sin ella.

El gato negro se planta a mi lado, rozando mi brazo. Sus ojos grises se elevan al cielo, de tonos azules y blancos.
Acaricio sus orejas y cierra sus ojos.

— Hay un lago por el camino trazado —señala la anciana al llegar a la cabaña.

— Gracias.

Recorro el camino hasta encontrar el lago. Me desprendo de la ropa y sumerjo mi cuerpo en el agua helada. El gato se limita a quedarse en la orilla, como hace siempre.
Me mantuve un largo rato dentro del lago. En el camino de regreso, pienso en que no me he presentado ante la anciana. Así que lo hice en cuánto pisé la cabaña.

— Mi nombre es Anniken.

— Agnes.

Nieve y obsidianaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora