Capítulo 16

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— Tendremos que matar al oso —expresa Hawise con firmeza.

Matarlo

Recuerdo la sangre bañar el vestido de mi madre y me estremezco.
Pero lo sabía, había que matarlo. Era suficientemente veloz y aún mucho más tratándose de unos caballos asustados.

El oso gruñe al percibir los relinchos de los caballos e inicia a acercarse.

— Debemos hacerlo ya —replica el general.

— ¡No tenemos un arco! —exclama un soldado.

— Esperaré que el oso se acerque y le clavaré la espada —menciona otro guardia.

Eso era riesgoso. Si tuviera un arco al menos haría tiempo. No era muy buena con ese artilugio, a pesar de tener buena puntería. Mi punto fuerte eran las espadas o cualquiera arma que tuviera hoja.

El cuchillo

Deslizo el cuchillo de mi bota, captando la atención de la guardia y lo desenvaino.
Si daba en su ojo, esperaba que fuera suficiente para huir. Sino daba a su ojo, estábamos muertos.

— ¡Hazlo ya! —grita un soldado desde atrás.

Enfoco el ojo derecho del oso y levanto el brazo. Respiro y cuando el oso está dentro del radio, lanzo el cuchillo.

El sonido del oso derrumbándose espanta a las aves. Y yo me quedo inmóvil, observando su ojo sangrar.

— ¿Está... Muerto? —Hawise se aleja para acercarse al oso.

— No, despertará y muy molesto, por eso deberíamos huir —y extrae el puñal del ojo del oso.

La sangre carmesí fluye, haciendo un charco en la tierra y solo eso hace que mi estómago se revuelva.
Una última arcada llega a mi garganta y termino de expulsar todo lo que había comido en el día, y quizás hasta mis cesos.

La bandera azul se distingue en el aire, cada vez faltaba menos para desplomarme sobre ese colchón de algodón.

Cruzamos las rejas y dejamos los caballos en el establo.
Me apresuro a ir a mi habitación pero choco con un cuerpo macizo, soltando un quejido por la punzada en mi espalda.

— Presta atención campesina.

— Alteza —me inclino.

— ¿Qué tal la primera expedición? ¿Ya quiere renunciar?

— Su alteza —interrumpe Hawise, surgiendo detrás de mí— No solo es buena con las espadas, tiene una puntería excelente.

El príncipe enarca una ceja y de repente no tengo energía para estar allí, así que me escuso.

— Señorita, debería de ir a la enfermería.

— ¿Enfermería? —cuestiona el príncipe.

— Un oso... —es lo último que escucho, ya que sigo la sugerencia del general.

Nieve y obsidianaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora