Capítulo 41

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— Todo está listo para proceder alteza.

El cielo está nublado, como si supiera lo que se avecina. No hay calidez, tan solo frío, y no hablo solo del clima.
Mi acelerado corazón, nervioso y temeroso, me pregunta una vez más, si esto es lo correcto. Lo tranquilizo, como he estado haciendo las últimas semanas.

Observo el gran trabajo que realizó el herrero, en compañía de Hytie.
Hojas de plata componen la armadura y púas pequeñas visten las hombreras. 
La espada que me obsequió Howell, reposa en la cama. Aunque hubiera querido emprender mi primera batalla junto a Letal.
Con ese sentimiento de añoranza, me prometo llegar hasta el trono, con ella en la cintura.

La princesa Ayzel atraviesa el umbral, ya viste su armadura y de repente me siento culpable.

— No me mires así, ya hemos hablado de esto millones de veces. Lucharé por tu causa.

— No me perdonaría si te pasara algo. Ni a tí, ni a tu familia.

— Eso no sucederá. Ahora vístete, te esperamos.

El peso de la armadura es mayor del que imaginé. Coloco el cuchillo en la bota y envaino la espada.
Quiero decirle a Obsidian que aguarde aquí y que pronto regresaré por él, pero no está.
Se siente como una pérdida, aunque sé que allí está el príncipe. Y me alegro por Ayzel y sus padres, pero a veces anhelo que regrese a su forma de gato.
Esto me hizo más cercana a Snowflake, no vaya a ser también un humano.

Cruzo las puertas dobles y ahí están.
Los reyes, la princesa y el príncipe Kiran, liderando la marcha. Me pregunto por qué este último se involucra, si lo hace por compromiso o solidaridad.
En segunda fila, el general Howell y la guardia real tras él.

Logramos reunir un ejército de cien soldados. Una cantidad pequeña, pero considerando que mi padre no sabe acerca de este intento de derrocarlo, somos suficientes.
Monto mi caballo blanco e iniciamos a galopar hacia Zoyet.

Cuando mis ojos entrevén la bandera blanca del Reino Norte, paso mi mano por el lomo de Snowflake, preparándolo para la batalla.

Antes de llegar, ato una bandana roja a una rama.

Barremos con las rejas y los guardias que las custodiaban. Los bramidos del ejército que lidero me hacen querer arrasar con ímpetu. Guardias y más guardias salen al enfrentamiento. Vislumbro a Zeev a lo lejos, cerca del establo y hubiera querido que las cosas no se dieran de este modo, pero sé que mi padre nunca cedería.

— ¡Alto! —mis soldados temporales se detienen ante mi orden.

El rey de Zoyet cruza las puertas del palacio; inalterable y eso me enfurece aún más. Viste una túnica de brocados de oro y pantalones blancos. Su corona ligeramente ladeada. Sujeta un cáliz dorado y lo lleva a su boca, en un último trago.

— ¡Hija mía! ¡Hasta que te dignas a aparecer!

— Rey Vaden.

— Anniken... Deja atrás lo que sucedió, regresa a nuestro reino —pronuncia cada palabra con tal serenidad, haciendo que mi estómago se revuelva.

Nuestro reino

— Asesinaste a mi madre.

— Ella lo buscó.

— ¡Asesinaste a mi madre!

— ¿Querías que perdonara tal traición y aceptara ese espurio resultado?

— ¡Loan no tiene culpa en esto!

— Loan. Ya veo... Estableciste fuertes vínculos con tu nuevo hermano.

— Ríndete —sus ojos azules me observan con diversión.

— No eres una asesina, no eres como yo.

— Te equivocas. Si hay algo en lo que me parezco a ti, además de mis ojos, es en tener sed de venganza.










Nieve y obsidianaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora