Capítulo 34

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— Altezas, ¿podrían explicarme qué sucede?

— La última vez que estuve aquí, estaba repleta de cosas —el general parece querer preguntar algo pero se contiene.

— Es la morada de una hechicera —replica la princesa. Howell sigue desconcertado pero no dice nada más.

— Tiene que ser otra clase de hechizo —menciono al adentrarnos nuevamente en la cabaña.

Hurgo en el bolsillo de mi túnica y disperso el contenido al aire. La sal se mantiene suspendida, formando una capa sobre algún objeto no identificado.

— ¿Cómo lo haremos visible? —cuestiona la princesa.

— Sé la forma pero solo una hechicera puede hacerlo.

— No es correcto refutarla alteza pero, ¿Cómo lo sabe?

— Tal vez he leído un libro acerca de hechizos, general.

— Aún no he leído ese —expresa la princesa.

— No todo lo que dice en los libros es verdadero, altezas.

— Lo de la sal lo leí y funcionó.

— Aunque lo sepa, no puede efectuarlo —resoplo.

— Lo sé princesa Ayzel.

— ¿Viajamos en vano?

— Oh, no diría eso —pronuncian a nuestras espaldas.

Howell da un paso al frente y desenvaina su espada. La princesa Ayzel y yo, hacemos lo mismo.

— ¡Invitados! ¿Quieren un té? —chasquea y todo deja de ser invisible.

La hechicera avanza sin importarle las espadas. Toma la tetera y vierte el líquido verduzco en cuatro tazas. En el proceso salen unos cuantos ojos amarillezcos.
Se sienta en una silla desgastada y bebe un sorbo.

— ¿Quedaron mudos? —abro la boca pero la hechicera vuelve hablar— Oh, es cierto, aún no me he presentado. Soy Cyreen. Adelante, no tengan temor a beber, es solo té.

Té con ojos, y quién sabe que otras cosas más.

— Haremos un trato con usted —declara la princesa Ayzel. Seguido envaina su espada y hacemos lo mismo.

— ¿Qué clase de trato, alteza?

— Doy por hecho que conoce al príncipe.

— ¿Su hermano? ¿Quién no?

— Su alteza —replico en manera de corrección.

— ¿La intromisión a una princesa no es penalizada?

— No si también es una princesa —comunica mi compinche.

— ¡Que afortunada he sido! —exclama la hechicera con entusiasmo— Dos miembros de la realeza en mi hogar. Princesa... —vuelve a chasquear y aparecen panecillos con fresas sobre la mesa.

— Anniken, de Zoyet.

— Regresemos al tema, hechicera .

— Que desconsiderada he sido. Ruego me disculpen —realiza una exagerada reverencia y vuelve a sentarse—. ¿Qué necesita de mí, princesa de Xhiden?

— Cyreen hechicera de Nuwiek. Le ofrezco una suma exorbitante si logra resolver lo del príncipe —los ojos de la hechicera centellean y parece tomarlo en cuenta.

— Siempre y cuando coman de mis pastelillos —Howell observa a la princesa Ayzel y luego a mí.

— Son indefensos —replica la hechicera. En un chasquido aparecen tres sillas. Su cabello rizado y despeinado lleva una pequeña trenza a cada lado de sus orejas.

— Probaré uno, si muero... El general y la princesa la matarán.

— Hecho —me acerco a la mesa; la madera es descolorida y posee unas cuantas astillas.

Extiendo la mano hacia el panecillo, escéptica. Doy la primera mordida y me sorprende lo bien que sabe. Una taza con agua surge en la mesa y la hechicera la señala.
Cuando llevo la mitad del postre, la princesa Ayzel toma su panecillo.

— El general no comerá —dicta—. En todo caso de que nos engañes, él te asesinará.

— De acuerdo alteza —de repente creo una escena donde el general y la hechicera luchan y ella le rebana la cabeza con uno de sus halos oscuros.

— Hechicera, ¿es usted la única en este reino?

— ¿Es una pregunta capciosa alteza Anniken?

— Para nada. Tan solo ha despertado mi curiosidad.

— Los nuestros se extinguieron, soy la única en esta región —sus ojos blanquecinos me escuadriñan y un escalofrío baja por mi espalda.

La observo. Sus ojos le dan una belleza inusitada. Lleva un vestido hasta los tobillos, de lino marrón y de corsé de agujetas en la parte superior.
Terminamos los panecillos y nos deslizamos de las sillas.

— Un gusto hacer tratos con usted, hechicera.

— Verá que mis servicios son espléndidos. Espero restaurar al príncipe —el general sale primero, pero repaso rápidamente nuestra charla y me hace detenerme.

Desenfundo la espada y en un rápido movimiento la hoja se encuentra rozando su cuello. La hechicera levanta las manos.

— Habla —la princesa se gira, comprendiendo lo que hago.

— Alteza, hay un error aquí... —presiono con fuerza.

— Habla o la degollaré.

— Un error de mi parte utilizar  "restaurar" —suelta una risa burlona.

— La próxima vez que hable, le cortaré el cuello.

— Ambas sabemos que no lo hará. Me necesita para romper el hechizo.

Nieve y obsidianaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora