— Altezas, ¿podrían explicarme qué sucede?
— La última vez que estuve aquí, estaba repleta de cosas —el general parece querer preguntar algo pero se contiene.
— Es la morada de una hechicera —replica la princesa. Howell sigue desconcertado pero no dice nada más.
— Tiene que ser otra clase de hechizo —menciono al adentrarnos nuevamente en la cabaña.
Hurgo en el bolsillo de mi túnica y disperso el contenido al aire. La sal se mantiene suspendida, formando una capa sobre algún objeto no identificado.
— ¿Cómo lo haremos visible? —cuestiona la princesa.
— Sé la forma pero solo una hechicera puede hacerlo.
— No es correcto refutarla alteza pero, ¿Cómo lo sabe?
— Tal vez he leído un libro acerca de hechizos, general.
— Aún no he leído ese —expresa la princesa.
— No todo lo que dice en los libros es verdadero, altezas.
— Lo de la sal lo leí y funcionó.
— Aunque lo sepa, no puede efectuarlo —resoplo.
— Lo sé princesa Ayzel.
— ¿Viajamos en vano?
— Oh, no diría eso —pronuncian a nuestras espaldas.
Howell da un paso al frente y desenvaina su espada. La princesa Ayzel y yo, hacemos lo mismo.
— ¡Invitados! ¿Quieren un té? —chasquea y todo deja de ser invisible.
La hechicera avanza sin importarle las espadas. Toma la tetera y vierte el líquido verduzco en cuatro tazas. En el proceso salen unos cuantos ojos amarillezcos.
Se sienta en una silla desgastada y bebe un sorbo.— ¿Quedaron mudos? —abro la boca pero la hechicera vuelve hablar— Oh, es cierto, aún no me he presentado. Soy Cyreen. Adelante, no tengan temor a beber, es solo té.
Té con ojos, y quién sabe que otras cosas más.
— Haremos un trato con usted —declara la princesa Ayzel. Seguido envaina su espada y hacemos lo mismo.
— ¿Qué clase de trato, alteza?
— Doy por hecho que conoce al príncipe.
— ¿Su hermano? ¿Quién no?
— Su alteza —replico en manera de corrección.
— ¿La intromisión a una princesa no es penalizada?
— No si también es una princesa —comunica mi compinche.
— ¡Que afortunada he sido! —exclama la hechicera con entusiasmo— Dos miembros de la realeza en mi hogar. Princesa... —vuelve a chasquear y aparecen panecillos con fresas sobre la mesa.
— Anniken, de Zoyet.
— Regresemos al tema, hechicera .
— Que desconsiderada he sido. Ruego me disculpen —realiza una exagerada reverencia y vuelve a sentarse—. ¿Qué necesita de mí, princesa de Xhiden?
— Cyreen hechicera de Nuwiek. Le ofrezco una suma exorbitante si logra resolver lo del príncipe —los ojos de la hechicera centellean y parece tomarlo en cuenta.
— Siempre y cuando coman de mis pastelillos —Howell observa a la princesa Ayzel y luego a mí.
— Son indefensos —replica la hechicera. En un chasquido aparecen tres sillas. Su cabello rizado y despeinado lleva una pequeña trenza a cada lado de sus orejas.
— Probaré uno, si muero... El general y la princesa la matarán.
— Hecho —me acerco a la mesa; la madera es descolorida y posee unas cuantas astillas.
Extiendo la mano hacia el panecillo, escéptica. Doy la primera mordida y me sorprende lo bien que sabe. Una taza con agua surge en la mesa y la hechicera la señala.
Cuando llevo la mitad del postre, la princesa Ayzel toma su panecillo.— El general no comerá —dicta—. En todo caso de que nos engañes, él te asesinará.
— De acuerdo alteza —de repente creo una escena donde el general y la hechicera luchan y ella le rebana la cabeza con uno de sus halos oscuros.
— Hechicera, ¿es usted la única en este reino?
— ¿Es una pregunta capciosa alteza Anniken?
— Para nada. Tan solo ha despertado mi curiosidad.
— Los nuestros se extinguieron, soy la única en esta región —sus ojos blanquecinos me escuadriñan y un escalofrío baja por mi espalda.
La observo. Sus ojos le dan una belleza inusitada. Lleva un vestido hasta los tobillos, de lino marrón y de corsé de agujetas en la parte superior.
Terminamos los panecillos y nos deslizamos de las sillas.— Un gusto hacer tratos con usted, hechicera.
— Verá que mis servicios son espléndidos. Espero restaurar al príncipe —el general sale primero, pero repaso rápidamente nuestra charla y me hace detenerme.
Desenfundo la espada y en un rápido movimiento la hoja se encuentra rozando su cuello. La hechicera levanta las manos.
— Habla —la princesa se gira, comprendiendo lo que hago.
— Alteza, hay un error aquí... —presiono con fuerza.
— Habla o la degollaré.
— Un error de mi parte utilizar "restaurar" —suelta una risa burlona.
— La próxima vez que hable, le cortaré el cuello.
— Ambas sabemos que no lo hará. Me necesita para romper el hechizo.
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Nieve y obsidiana
FantasyHuyó de su hogar al presenciar un asesinato. Ahora trata de sobrevivir con el agua de los arroyos y los animales que habitan en los bosques. Pronto cruzará los límites, desvelará secretos y creará alianzas. Todo con un solo objetivo.