Capítulo 36

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Recorremos el campo cubierto de nieve en busca de prímulas pero ni una sola viste la llanura.

Me acuesto sobre la nieve y contemplo el cielo nublado. Cierro los ojos y siento el frío calarse por mi espalda. Algo salta a mi pecho, pero no hace falta abrir los ojos para saber que es Obsidian.
Acaricio su pelaje pero dejo de hacerlo al notar que alguien bloquea la luz.

— Alteza, ¿Seguirá con la búsqueda o se quedará en la nieve? —me pongo de pie, dejando al gato en el suelo. Tiro de mi manto, acomodo mis guantes e inicio a caminar junto a la princesa.

En temporada de invierno pocas flores se mantienen en pie. Encontrar una prímula es más difícil de lo que pensé.
Un pino marca el final del campo. Tiene un agujero en la parte alta de su tronco.
Me acerco y con un ojo veo lo que hay dentro del agujero; miles de nueces y dos pequeñas ardillas rojas.
Sus mejillas se inflan, comiendo una nuez tras otra.
Me alejo del pino, dejando a las ardillas invernar.

Nos acercamos a un lago congelado. Tomo al gato entre brazos y camino sobre el hielo. Me detengo a la mitad del lago y bebo agua de la cantimplora. Arropo mi cuello con la bufanda de terciopelo y camino trás el general y la princesa.

Doy un paso más, cuando escucho el hielo crugir. Me quedo quieta y trato de dar otro paso, pero es tarde, me encuentro en el agua álgida.
Mi cuerpo se hunde y el entumecimiento no me deja reaccionar. Empiezo a nadar hacia la superficie al reunir fuerzas pero no logro localizar el agujero por el que caí. Mis manos golpean el hielo, una y otra vez pero nadie se da cuenta de mi ausencia.
Recuerdo la espada que cuelga de mi cintura así que la tomo y con una mano pico el hielo, intentando no sumergirme.

La princesa Ayzel me observa a través de la capa de hielo. Su rostro cambia a preocupación y se inclina junto al general. Mi espada inicia a resquebrajar el hielo pero leo los labios de la princesa y me aparto.

Howell y la princesa me sacan del agua y el gato, que por suerte saltó un segundo antes de caer, lame mi cara.
Siento mi cuerpo adormecido y mis dientes tiritar.

Dejamos de pisar el hielo. El general extiende su manto antes de que la princesa se lo ordene y camina lejos de nosotras.

— Desvístase, antes de que muera de frío —la princesa me entrega su manto y el de Howell, posteriormente se gira y por mi parte, inicio a despojarme de mi ropaje.

Quedo solo en ropa interior. Me enrrollo en el manto de la princesa; como si fuera un vestido. Y utilizo la capa del general de forma usual.
Me deshago de los guantes y aviso a la princesa que he terminado.
La princesa desliza los guantes de sus manos y no me deja refutar cuando me los coloca.

Caminamos hasta reencontrarnos con el general. Quién estaba sentado sobre el tronco de un árbol.

— Lo siento alteza.

— ¿Por qué se disculpa, general ? No es culpa suya ni de la princesa —me ayudan a ponerme de pie, aún con expresiones alarmadas.

Miro al suelo cada vez que doy un paso y ahora soy yo quien lidera la fila.
Llegamos al otro lado del lago y caminamos hacia el norte, hacia un par de flores que brotan de la nieve.
Unos cuantos tulipanes rosáceos inician a florear, pero no son los tulipanes lo que necesitamos. Mis esperanzas parecen perderse pero vislumbro florecillas a unos metros.

Regresamos al palacio, temblando de frío pero con un par de prímulas en mis manos.

Nieve y obsidianaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora