Capítulo 1: Todo está bajo control, ¿verdad?

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JOANNE

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JOANNE

—¡Joanne! ¡Joanne!

Maldije por cuarta vez.

—¿Puedes subir el volumen de la canción? —La enferma arrugó el entrecejo, pero lo hizo—. Gracias.

—Maldita sea, Joanne.

Le lancé una mirada asesina a través de las gafas a Alexander Cunnington. Sentía una especie de idolatría por el hombre, porque era un genio de la medicina moderna, pero cuando me regañaba en medio de una cirugía quería enterrar el bisturí en su ojo izquierdo.

Me limité a concentrarme y seguir escuchando Dancing queen de Abba. Cada vez que oficiaba una cirugía, escuchaba esa canción.

—La presión arterial comienza a estabilizarse. —Dijo la anestesista. Esbocé una sonrisa que no se lograba ver por la mascarilla.

—¿Eso querías, Jo? —Murmuró Alex. Junté las dos cejas y comencé a cocer la herida. El cirujano blasfemó y luego soltó una carcajada.

—La paciencia es una virtud —susurré.

—Sí, mi esposa me lo dice a menudo.

—Es una mujer inteligente.

—Sí, lo es.

—¿Cómo está Mía?

—Creciendo.

—¿Los bebés?

—Inquietos en la panza de su madre.

Terminé de limpiar la herida y, después de observar el monitor de mi paciente, me encaminé hacia la habitación que estaba al costado del quirófano. Alex me seguía de cerca.

—Emily quiere saber si irás mañana.

Estaba agradecida de los Cunnington, porque desde que llegué se empecinaron en incluirme en su círculo más cercano. Apreciaba el gesto, pero me abrumaba tanta muestra de afecto.

La esposa de Alex era una mujer encantadora, pero me ahogaba con sus constantes invitaciones. Los ingleses tenían una adicción al té, inventaban excusas para beber té y Emily era una buena mujer inglesa apegada a las tradiciones culturales del país.

—Leí su mensaje.

—No lo respondiste.

—Antes de poder hacerlo me llamaron de urgencias. —Asintió mientras se sacaba los guantes de látex y la mascarilla, igual que yo.

—Tengo entendido que tu turno ya terminó.

—Sí, y estoy muerta. Le escribiré a tu esposa para decirle que agradezco la invitación, pero que estoy agotada.

—No tengo problema en ir a dejarte luego a tu departamento.

—No te ofendas, Cunnington, pero tu casa es lo opuesto a lo que quiero justamente ahora.

Frunció el ceño.

—¿Qué quieres decir? —Replicó a la defensiva.

—Que es ruidosa y siempre está llena de gente.

—Eso no es algo malo para una niña y un perro.

—Y un montón de adultos que aprecio, pero que resultan ser un tanto asfixiantes.

—Lastimas mi corazón, Sinclair.

Negué desestimando la aseveración.

—Tú mejor que nadie sabe que el corazón no se resiente cuando decimos la verdad.

—No físicamente, claro está.

—Ve con tu familia. —Esbocé una mueca, siempre me costaba sonreír—. Me iré a mi departamento a descansar.

—¿Te puedo hacer una pregunta?

—Estás sobrepasando todos los límites, Cunnington.

Alzó las cejas y dejó escapar una risa.

—Estoy preocupado por ti.

—Esa no es una pregunta. Es una afirmación, y es un tanto exagerada.

—Le prometí a tus padres que te cuidaría.

—Lo haces.

—La semana pasada me pareció que estabas preocupada. No quiero interferir en lo que hay o no hay con Lexington, pero creo que deberías hablar con él sobre Wingrave.

—Daniel ya no es un problema, no entiendo por qué Cian debería saber algo al respecto. —Tragué en seco.

Apoyó una mano sobre mi hombro y me miró con atención.

—Me puedes llamar a la hora que sea. Tengo a ese pequeño bastardo en la mira después de lo que te hizo.

Me acomodé el cabello detrás de la oreja y suspiré.

—Te aseguro que tú, Miller, y Cian encabezan mi lista para pedir ayuda.

—Bien, me parece perfecto. —Desordenó mi cabello, le lancé una mirada asesina y él sonrió—. Excelente trabajo, Sinclair. Salvaste un par de vidas y me asististe en dos cirugías.

Salió de la habitación y yo me mordí el labio. Le acababa de mentir a una de las personas más cercana que se preocupaba desinteresadamente por mí.

Porque, efectivamente, Daniel Wingrave aún no salía de mi vida. 

 

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Con Él [COMPLETO LIBRO 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora