Capítulo 12: Estado Febril

6.6K 504 53
                                    

JOANNE

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

JOANNE

—¿Micah?

Toqué por quinta vez la puerta de su habitación. Eran las diez de la mañana, Cian me acababa de dejar en el departamento luego de una noche más que agradable—. Te dije que te trasladaras en la silla de ruedas. ¿Dónde mierda estás?

Fui al baño, pero la puerta estaba abierta, y como no tenía paciencia abrí la puerta de la habitación de una vez. No estaba.

El miedo comenzó a crecer en mi pecho. Busqué el teléfono y el dinero que Max me transfirió para los gastos de Micah, pero nada estaba a la vista.

—No, por favor...

Busqué en la cama, en el armario, pero allí solo estaba la ropa que le había comprado.

—¿Qué hiciste, Micah?

Saqué mi teléfono del bolsillo y marqué a Max. Volví a la sala, pero mucho antes de que mi cuñado me contestara, Micah abrió la puerta cojeando y con la frente perlada por el sudor. Lancé mi teléfono al sillón y me acerqué a él.

—¿Dónde estabas?

—Aeropuerto... —lo abracé por la cintura y él se apoyó en mí—. Joanne, no...

—¿Por qué mierda saliste solo?

—Me quiero ir...

—Por dios, Micah, estás ardiendo.

Con demasiado esfuerzo lo dejé caer sobre la cama, él cerró los ojos y alzó los brazos como si quisiera abrazar algo.

—Papá...

—Estás delirando.

—Papá, perdóname por ser un bastardo fracasado —comencé a llorar, porque esas eran mis palabras, no suyas. Cuando le confesé mis sentimientos, y él me rechazó, le solté esas palabras llenas de veneno que no sentía.

—Eso no es verdad... —corrí al baño por unas compresas y cuando volví, las acomodé sobre la frente. Me apresuré en sacarle la ropa empapada por la lluvia y por el sudor. La camisa la lancé al suelo y los pantalones también. La rodilla estaba inflamada, y el vendaje, mal puesto, goteaba con sangre—. Qué mierda hiciste, Micah. Esa herida se va a infectar.

Fui por mi cajita plástica y busqué un termómetro, casi estaba llegando a los 40 grados. Corrí al baño para llenar la bañera con agua helada, y luego me apresuré en limpiarle la herida mientras musitaba mi nombre.

—Quiero un maldito billete a Nueva York...

—Te juro que cuando estés mejor de la rodilla, podrás volver.

—¿Me lo prometes?

—Sí, mi amor...

Me enjugué las lágrimas, tomé sus manos y lo impulsé hacia mí.

—Ayúdame a llegar hasta el baño...

Micah me rodeó el cuello con sus brazos y yo lo agarré de la cintura para ayudarle a levantarse.

—Chocolate...

—Más tarde...

—Tu cabello huele a chocolate...

—Es el champú... Micah, necesito que me ayudes —le pedí cuando lo agarré con fuerza de la cintura y me apoyaba en la puerta del baño.

—Joanne...

—¿Qué?

—¿Ya aprendiste a contar hasta cien?

Frunciendo el ceño, asentí. Con esfuerzo sobrehumano lo metí en la bañera. Micah estaba ardiendo. Fui por las compresas que dejé sobre la cama y la coloqué sobre la cabeza. Me senté en el suelo y no solté su mano. Me quedé junto a él durante un montón de minutos, esperando que bajara la temperatura.

Deslicé la otra mano por los rizos pocos definidos de Micah y esbocé una sonrisa. Desde que era una niña quise hacer esto. Mis dedos hormiguearon y mi corazón se volvió loco. Tantos años anhelando algo que por fin la vida me regalaba se sentía bien, malditamente bien.

—No solo aprendí a contar hasta cien mientras te observaba jugar con mi hermana, también aprendí a decir de manera correcta la palabra sílaba —sonreí al tiempo que una lágrima solitaria caía por mi mejilla—. Durante todos estos años aprendí que nunca me vas a amar como la amaste a ella, que soy muy poco en comparación con ella, que la distancia que me propuse marcar entre los dos es la mejor resolución para mi corazón. También aprendí que es bueno soltar a las personas, dejarlas marchar y desearles el mejor de los éxitos... espero que Ava sea la mujer que mereces, y que a su vez sea la merecedora de tu compañía. Ahora necesito que mejores pronto, sé que te repugna mi compañía, pero te juro que solo será un mes, después podrás continuar con tu vida y permitirme sobrellevar la mía.

Me llevé la mano a la boca para ahogar un sollozo.

Era una crueldad sufrir en compañía de la persona que tiene el poder de destruirnos.

Era una crueldad sufrir en compañía de la persona que tiene el poder de destruirnos

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

NOTAS: 

Gracias por el amor que le están dando a este libro, son los mejores!! 

Iré respondiendo poco a poco todos los comentarios, muchas gracias!! 

Nos leemos el próximo sábado 

Nati. 

Con Él [COMPLETO LIBRO 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora