Capítulo 18: Adenocarcinoma

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MICAH

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MICAH

—¿Puedes doblar la pierna? —Asentí, pero me dolió como la mierda—. ¿Dónde es el dolor? —Señalé un punto cerca de la rodilla—. Bien, haremos una serie de diez movimientos, flectas la pierna y cada vez la doblarás un poco más. Te dolerá, pero te permitirá dormir mucho mejor. No te puedes levantar de la silla de ruedas durante tres días... —Iba a replicar, pero se anticipó a mi queja—. Tal vez ya podrías usar el bastón si hubieses seguido las instrucciones de Cunnington. Después de la cirugía no podías caminar, y lo hiciste. Tampoco hiciste tus ejercicios y eso retrasó todo.

—Odio esa silla de ruedas.

—Bueno, será tu mejor amiga en los próximo tres días.

—Prefiero que seas tú.

—Comienza a hacerme caso, y lo pensaré.

—¿Te vas al hospital? —Arrugó la nariz y después de unos segundos negó—. ¿Pediste más días para cuidarme?

—Quiero que te vayas pronto —Dijo con suavidad, la conocía y sabía que solo estaba siendo honesta. Asentí y miré el techo.

Joanne me dejó solo en la habitación.

Se suponía que este viaje era para que yo le ayudara a ella, y no ella a mí. No tenía que viajar kilómetros para entorpecer su vida.

Le di un golpe al colchón y resoplé. Me sentía atrapado, quería salir de ese departamento y permitirle a Joanne la paz que necesitaba. No quería ser un maldito estorbo para ella.

—¿Por qué no me entiendes? —Soltó de pronto Joanne. Fruncí el ceño, me apoyé en los codos y miré a través de la puerta de la habitación, pero solo logré ver parte del pasillo—. No puedo irme a tu departamento y dejarlo solo.

Con un esfuerzo sobrehumano me senté, manoteé la silla de ruedas y con un gemido de dolor logré sentarme en ella.

Mientras más me acercaba por el pasillo, lograba escuchar mejor la conversación.

—Ya hiciste mucho por él, no tienes que ser su enfermera particular —reconocí la voz del abogado. Al parecer, Joanne estaba intentando algo en la cocina mientras hablaba con su novio a través del alta voz.

—No soy su enfermera particular.

—No lo parece.

—Deberías intentar ser un poco más racional.

—¿Me estás pidiendo cordura cuando sé exactamente lo que está ocurriendo, Joanne?

—Dame tiempo, por favor —le imploró ella después de un largo silencio.

—¿Tiempo para que revivas tu amorío con ese imbécil y me dejes?

—Nadie revivirá nada, porque nunca ha existido algo más que una amistad y justamente por eso quiero ayudarlo. Cian, entiéndeme por favor, si fuera yo quien estuviera en los zapatos de Micah, él también me habría ayudado.

Con Él [COMPLETO LIBRO 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora