Kaneki se despertó en medio de una habitación desconocida, con un fuerte sentimiento de confusión que invadía su mente. Al levantarse, se dio cuenta de que las sábanas estaban teñidas de rojo. Un escalofrío recorrió su espalda mientras trataba de recordar qué había sucedido. Pequeños fragmentos de recuerdos se colaron en su mente, desencadenando una oleada de emociones abrumadoras.
Recordó que el hambre que lo había consumido era tan intensa y descontrolada que había perdido el dominio sobre sí mismo. En medio de la noche, con sus ojos dilatados e inyectados en sangre, había escapado del orfanato en el que vivía. En un callejón oscuro, sus sentidos se vieron atraídos por un vagabundo ebrio que yacía allí. Sin pensarlo dos veces, Kaneki se abalanzó sobre él, movido por una insaciable necesidad de saciar su apetito.
La escena fue grotesca y violenta. Kaneki desmembró al hombre vivo, consumiendo su carne en un frenesí despiadado. Cada bocado parecía satisfacer su hambre voraz, pero también dejaba una marca indeleble en su alma. Después de completar su despiadado festín, el joven abandonó el callejón y regresó a su habitación, lleno de un profundo remordimiento.
Mientras miraba sus manos ensangrentadas, una mirada de incredulidad se reflejaba en sus ojos. ¿Cómo había llegado a ese punto? ¿Cómo podía justificar sus acciones tan atroces? Kaneki se sentía atrapado en un torbellino de emociones, luchando por comprender quién era realmente y cómo lidiar con las consecuencias de sus actos.
Con el corazón palpitando en su pecho, Kaneki sabía que necesitaba enfrentar la verdad y encontrar una manera de redimirse. La historia de su transformación apenas comenzaba, y ahora se encontraba en una encrucijada, donde cada decisión que tomara podría tener consecuencias devastadoras.
