La oscuridad se cernía sobre el bosque, envolviéndolo en un silencio abrumador y opresivo. Ansiaba avanzar, pero resultaba imposible navegar a través de la noche sin luna. De vez en cuando, algunas plantas florecientes ofrecían una tenue iluminación, pero mi atención se desviaba de ellas. Un sonido inusual rompió la quietud. Eran crujidos, como si algo afilado estuviera rasgando los árboles, resonando en el aire oscuro y cargado.
Luché por discernir la fuente de este perturbador sonido. Apenas la tenue luz lunar me permitía distinguir la figura responsable de aquel crujido aterrador. Media, quizás dos metros de altura, la criatura tenía cuatro cuernos que se alzaban hacia el cielo nocturno. Su rostro era una máscara esquelética de animal, con ojos verdes que brillaban como brasas ardientes en la negrura. Su pelaje oscuro se erizaba y se extendía en todas direcciones. Sus extremidades eran gigantes, alargadas y poderosas. Caminaba de forma encorvada, su presencia destilaba una oscuridad maldita.
Cuando lo vi directamente, mi corazón pareció detenerse. Un instinto primal se apoderó de mí y sin pensarlo, corrí, dejando atrás aquel encuentro con lo desconocido.