Capítulo 5.

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Cuando llegó el lunes por la mañana, Abril no dejaba de mirarme con aquella sonrisa complaciente.

—¿Entonces...? —inquirió, alzando una ceja. Una sonrisa bailaba en sus labios.

—¿Entonces...? —repetí, frunciendo el ceño, confundida.

—¡No te hagas la tonta! ¿Qué pasó con Bill cuando desaparecieron? —preguntó, mirándome fijamente.

—Nada —dije, porque era cierto, no había pasado nada. —. Sólo charlamos un poco.

—¡Oh, vamos!, el chico estaba que moría por llamar tu atención mientras bailaban. Quería que no miraras a nadie más. Tiene que haber pasado algo más que una simple charla. —se quejó, cruzándose de brazos mientras caminábamos rumbo a nuestros respectivos salones de clases.

Yo la miré, exasperada antes de decir—: Sabes que no estoy lista para una relación. ¿De verdad esperabas que algo más pasara?

Abril suspiró pesadamente. —No. Realmente no esperaba que pasara nada más.

Yo miré mis pies mientras caminaba. —En realidad no salimos para charlar. No lo planeé, quiero decir... —un suspiro se apoderó de mi garganta antes de que pudiera detenerlo. —, yo sólo necesitaba poner distancia entre Tom, su novia y yo...

—Georg dice que no es su novia. —dijo Abril, suavemente.

—Georg puede decir mil cosas, pero yo pude notar como ella lo miraba. Ella quiere algo con él y, ¿honestamente?, no creo que pase mucho tiempo antes de que Tom note de lo que se está perdiendo. —dije, amargamente.

—Pero él te ama a ti. —susurró Abril.

No me atreví a mirarla. Podía reconocer el tono herido de su voz. Ella creía que Tom y yo terminaríamos juntos de nuevo, pero yo lo veía cada vez más lejos.

—No me ama, Abril... —murmuré, intentando ocultar el dolor de mi voz. —. Si Tom me amara como dice hacerlo, no le importarían mis peticiones de estar sola. Habría ido a buscarme a mi casa. Él sabe dónde vivo. ¿Y qué es lo que ha hecho?, llenarme la bandeja de entrada del celular con mensajes de texto. ¿A mí de qué me sirve eso?, ¿De qué me sirve que le grite al mundo que me ama si no hace nada por tenerme a su lado una vez más?

Con cada palabra que decía, el coraje se apoderaba de mi pecho. Un nudo se instaló con fuerza en mi garganta, pero me obligué a tragármelo. —¿Qué haría Georg si lo mandaras a la mierda, Abril? —inquirí, con rudeza.

Abril habló en voz tan baja que apenas la escuché—: Iría a mi casa y no se iría hasta hablar conmigo.

Yo asentí. —¿Lo ves?, ahí lo tienes.

Antes de que Abril fuera capaz de decir algo más, yo hice mi camino hasta mi aula. Estaba cansada de hablar de Tom. Estaba cansada de sentirme agobiada. Estaba cansada de sentirme dolida. Estaba cansada de que mi vida girara entorno a un chico que ni siquiera sabría reconocerme ni aunque me tuviera enfrente.

Cuando las clases terminaron, me dirigí a la biblioteca de la escuela a comenzar a hacer un trabajo sobre literatura francesa. Tomé un par de libros que necesitaba y me arrinconé en mi mesa favorita antes de disponerme a recabar toda la información que pudiera.

Odiaba los trabajos que me dejaba el profesor Ranieri, eran el tipo de hombres que buscaban hacerte trabajar el alma en un proyecto que sólo podrías hacer con información de una biblioteca. Los textos que pedía eran tan antiguos y anticuados que no había nada en internet acerca de ellos.

Comencé a leer y tomar notas. Marcando las páginas y capítulos que fotocopiaría para releer en casa. Cuando terminé, me apresuré a guardar mis cosas y salir de la biblioteca a toda velocidad. Necesitaba ayudar a mi mamá en la tienda.

Caminé por el estacionamiento a toda velocidad, de pronto, el claxon de un auto me hizo detenerme en seco. Los frenos de una enorme camioneta chirriaron mientras se detenía a escasos treinta centímetros de mí.

Sentí cómo la sangre se drenaba de mi cuerpo y apreté mis manos en puños. El coraje crepitaba por mi cuerpo y el horror de haber estado a punto de ser atropellada me hizo querer echarme a llorar y gritarle al idiota que casi me mata.

La puerta se abrió de golpe y yo hablé antes de procesar lo que estaba a punto de hacer:

—¡¿ERES IDIOTA ACASO?! —chillé. Mi voz temblorosa por la adrenalina.

De pronto, me congelé. Tom Kaulitz me miraba con angustia en la mirada. —¡Lo siento!, ¡Lo siento mucho!, ¡No te vi!, ¡De verdad, lo siento!

Mi boca se abrió para replicar, pero no encontré palabras. Estaba delante de la única persona que había sido capaz de detener mi corazón y acelerarlo al mismo tiempo. Estaba frente al único chico al que había amado y él ni siquiera sabía quién era yo.

 Estaba frente al único chico al que había amado y él ni siquiera sabía quién era yo

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