Capítulo 8.

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—Déjame ver si entendí: Tom casi te atropella ayer, le prestaste un libro, le mentiste acerca de tu nombre, fue a buscarte a tu casa mientras tú estabas dejando que Bill te diera un aventón, estuviste enviándote textos con Tom y quedaron de verse la próxima semana... ¿¡Y dices que no hiciste nada importante ayer?!, tienes un serio problema de prioridades, Rachel. —me regañó Abril, cruzándose de brazos en un gesto enfurruñado.

Una sonrisa se filtró por mis labios inevitablemente. Me encogí de hombros sin poder ocultar la emoción de mi rostro. —No sé porqué te emocionas tanto. No es como si Tom fuera a pedirme que volvamos a estar juntos.

—¡Claro que lo es!, Tom quiere estar contigo. —observó.

Yo mordí mi labio inferior para reprimir una sonrisa boba antes de echarme a caminar por el pasillo rumbo a mi salón.
Ese día estaba de un mortal buen humor, así que ni siquiera me importó tener un montón de tarea para el día siguiente. Era como si una envoltura de positivismo se hubiera apoderado de mi cuerpo en un abrir y cerrar de ojos.

"Buscaré a Georg. Te veo en la cafetería. X" me envió Abril en un texto.

Yo sonreí y me dirigí a paso veloz a la cafetería para apartar una mesa para los tres.

Pedí un burrito de carne deshebrada y un refresco de cola. Cuando me dieron mi comida, me dispuse a sentarme nuestra mesa habitual y saqué mis audífonos y mi reproductor junto con el libro que había comprado hacía un par de semanas. Leer con música suave era algo que disfrutaba demasiado, así que no me costó trabajo sumergirme en la historia; olvidándome del mundo entero.

Mi audífono izquierdo fue arrancado de mi oreja con suavidad y alcé la vista, esperando encontrarme con la mirada divertida de Abril, pero mi corazón dio un vuelco al encontrarme de frente a un par de ojos oscuros fijos en mi. Mi corazón comenzó a latir fuertemente dentro de mi caja torácica.

—Así que... ¿Elys? —preguntó Tom, alzando las cejas con incredulidad.

Sentí el rubor subir hasta mis mejillas y cerré los ojos con fuerza mientras sonreía suavemente. —Creo que alguien ha leído un poco. —mascullé.

Tom se sentó a mi lado dejando su mochila sobre la mesa. —Casi lo termino —dijo encogiéndose de hombros. Una sonrisa bailaba por sus labios —, ¿Elys? —volvió a preguntar.

Una risa nerviosa se apoderó de mí y pude notar como su sonrisa se desvanecía mientras su ceño se fruncía ligeramente.

—¿Q-Qué pasa? —pregunté con cautela.

Tom abrió la boca para responder, pero volvió a cerrarla mientras negaba enérgicamente con la cabeza. —Tu risa me parece familiar. —dijo con la voz enronquecida.

Mi corazón comenzó a golpear con fuerza dentro de mi pecho y sentí mis manos comenzando a temblar. ¿Me habría reconocido? ¿En ese momento? ¿Con mi cabello hecho un desastre y la ropa más horrible que pude haber encontrado en mi clóset?

—¿Ah, sí? —dije, intentando sonar despreocupada.

Tom se inclinó hacia mí un poco y su aroma me invadió por completo, haciéndome perder el aliento un par de segundos.

—¿Cómo te llamas? —inquirió en voz muy baja, mirándome directamente a los ojos.

Mi corazón se aceleró y abrí mi boca para responder. Sus ojos se posaron en mis labios y su mirada se oscureció por completo. Yo miré los suyos. Recordaba perfectamente la sensación de sus labios sobre los míos. La presión de su boca, la calidez de su aliento, el sabor de su lengua contra la mía..., por un segundo, creí que iba a besarlo.

—Y-Yo... —tartamudeé.

"Vamos, Rachel, ¡Díselo!, ¡Díselo de una buena vez!" me regañé mentalmente.

—¡Tom! ¿no vienes? —la voz dulce de una chica, hizo que Tom se volviera hasta encontrar a la persona que le hablaba.

Yo cerré los ojos y suspiré fuertemente. Cuando los abrí nuevamente, pude ver a Stella Mxwell, caminando directamente hacia nosotros.

—Hey, Stella —saludo Tom.

—Vamos a ir a desayunar al restaurante de Joe, ¿no vienes? —dijo ella, sonriéndole radiante.

Yo apreté los dientes para no gritar del coraje que estaba invadiéndome.

—Tengo clase en diez minutos, Stella. No podré acompañarlos —dijo Tom, encogiéndose de hombros.

Algo rugió en mi interior. La satisfacción de ver el rostro de Stella decepcionarse casi me hizo sonreír.

—¡Hola! —Chilló Stella, dirigiéndose hacia mí —, ¡Stella Maxwell!, mucho gusto.

Yo abrí la boca, buscando desesperadamente una forma de escapar de ella. No quería que, cuando Tom se enterara quién era, estuviera Stella. Quería que estuviéramos solos. Quería ahorrarme la humillación y, ¿por qué no? en el fondo esperaba que estuviéramos solos para que me envolviera entre sus brazos y me besara.

—¡Hermosa! —una voz ronca y conocida me hizo volverme en mi silla.

Bill caminaba con paso despreocupado en mi dirección. Sin decir una palabra, Bill tomó mi mano y me puso de pie de un tirón. —¿Les importa si me la robo? —pregunto, despreocupadamente.

—Adelante —Stella le guiñó un ojo a Bill y él sonrió radiante. 

Tom miró a Bill con el ceño fruncido antes de apretar los labios en un gesto contrariado. Bill tomó mis cosas a una velocidad impresionante y me guió de la mano hacia afuera de la cafetería.

—¡Gracias por sacarme de ahí! —jadeé, cuando estuvimos fuera.

Bill rió suavemente y apretó mi mano, diciendo—: Un placer, Rachel. La próxima vez, asegúrate de estar únicamente con Tom, para que puedas decirle quien eres.

—Lo tendré en cuenta —mascullé.

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Aunque puedas verme | tom kaulitz. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora