Capítulo 35.

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Los siguientes meses pasaron a una velocidad anti-natural. Los días eran rápidos y las noches lentas y tortuosas.
Había dejado de llorar la muerte de mi papá todas las noches. Mi mamá y yo habíamos creado una rutina, en la cual, ambas nos manteníamos ocupadas y alejadas de nuestras mentes torturadas y corazones desolados.

Con Tom las cosas marchaban increíblemente bien. No lo veía mucho por el campus, a veces sólo unos cuantos minutos, en los cuales, me regalaba un beso, un 'te amo' y un 'te veo en la tarde'.

Mi relación con Bill era un tanto extraña. Él se comportaba como si nada hubiese ocurrido entre nosotros y compartía el almuerzo con Abril, Georg y yo.

Tom y yo procurábamos no dar muchas demostraciones de afecto delante de él. No quería herirlo y, a pesar de haber terminado hacía casi dos meses, no me permitía cruzar esa línea con él.

Stella me odiaba, al igual que su grupo selecto de amistades, pero a mí no podía importarme menos.

Los exámenes parciales llenaron mis días de tareas, proyectos y estudios incesantes. Estaba exhausta y lo único que podía rogar al cielo era por un momento de paz y tranquilidad. Había dormido muy poco últimamente y cada vez eran más frecuentes mis signos de vista cansada.

Cada pocos días, sentía cómo mi vista se desenfocaba, haciéndome imposible leer cualquier cosa durante un par de segundos. Tom insistía en que debía ir al oculista, prometí ir a él cuando terminaran los exámenes.

—¿Cómo estás, amor? —preguntó Tom abordándome mientras bajábamos las escaleras.

Me detuve y lo atraje hacia mí en un beso profundo.— Ahora estoy bien. —dije contra sus labios y sonreí.

Él me devolvió la sonrisa. —Definitivamente necesitaba eso. —susurró, envolviendo su brazo sobre mis hombros.

Bajamos juntos las escaleras y, acaparando las miradas curiosas de los alumnos que caminaban por ahí. Tom no era nada discreto cuando se trataba de ser cariñoso conmigo.

—¿Te veré hoy? —preguntó enredando sus brazos en mi cintura, haciéndome caminar torpemente.

—Me estás viendo, ¿no es así? —bromeé, colocando mis manos sobre las suyas.

—Sabes que no me refiero a eso, ¿te veré más tarde? —hizo un puchero y sonreí radiante.

—No puedo esperar para pasar otra tarde como la de ayer —bromeé.

—No es que no ame ayudar a tu mamá a cargar cajas en la tienda, pero me encantaría poder pasar un rato bastante largo probando el sabor de tus labios. —dijo, besando mi mejilla y mi cuello cariñosamente.

Reí como boba y asentí—: Mi mamá saldrá con tu mamá esta noche, así que, quizás tengamos que pasar la tarde atendiendo la tienda, pero por la noche, seré toda tuya.

—Eso suena interesante —sonrió y besó mis labios una vez más.

—Te veo más tarde —prometí y él me besó otra vez.

—Te amo, Rachel. Te veo más tarde —dijo y esta vez fui yo la que lo besó.

—Te amo, Tom.

Al llegar a casa, me apresuré a hacer el aseo y revisar mis tareas para el día siguiente. Afortunadamente, había aventajado un poco en la universidad y sólo tenía que terminar un ensayo para quedar libre de tareas.

Mi madre cerró el local a la hora de la comida y, terminando de comer, salió a surtir. Me entretuve lavando los platos de la comida cuando sonó el timbre.

Miré el reloj. Eran casi las cinco de la tarde y mi ceño se frunció. No esperaba a Tom hasta las seis, así que me apresuré a tomar las llaves del local y corrí hacia la puerta.

Al abrir, me congelé.

—¿Abril? —mi ceño se frunció aún más.

Mi amiga se encontraba hecha un manojo de nervios. Tenía los ojos llenos de lágrimas y le temblaba el labio inferior.

—Oh, Dios mío, ¿Te encuentras bien?, ¿Qué ocurre? —me aparté para dejarla entrar y ella me siguió hasta la sala, y nos sentamos una frente a la otra.

—Y-Yo... —su voz sonaba entrecortada y ronca. Coloqué mis manos sobre las suyas, intentando infundirle ánimos.

—¿Qué pasa, Abril? —esta vez, era yo la que se sentía angustiada.

Se cubrió la boca con ambas manos y apretó los ojos, dejando escapar un par de lágrimas. Mi corazón se estrujó en mi pecho. Abril nunca lloraba. Abril no lloraba con tanta facilidad. Abril era una chica fuerte y decidida, ¿qué había pasado?

—Estoy embarazada —soltó finalmente—. Estoy embarazada y Georg se comportó como un imbécil.

La noticia me cayó como balde de agua helada. ¿Georg?, ¿Georg, el chico que tanto la amaba, la había dejado sola en esto?... No. No podía ser.

Envolví mis brazos a su alrededor y rompió a llorar. Sus manos temblaban, sus lágrimas empapaban mi blusa y los sollozos entrecortados provenientes de su garganta me rompían el corazón.

Por primera vez en mi vida, vi a mi mejor amiga desmoronarse.

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Aunque puedas verme | tom kaulitz. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora