Capítulo 40.

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Miré al médico.— Los análisis arrojaron como resultado una ceguera degenerativa en primera fase.

La noticia cayó sobre mí como balde de agua helada. Mi primer pensamiento fue Tom. ¿Cómo iba a decírselo a Tom?
Sentí mi corazón latiendo duro contra mis costillas. Mi respiración era dificultosa y un nudo se instaló en mi garganta. Las lágrimas picaban en mis ojos, pero me obligué a mantenerme serena.

—La ceguera degenerativa es un proceso biológico en el cual, el paciente va a perdiendo poco a poco, la capacidad visual. Cuenta con tres fases. La primera fase es la que tú presentas, Rachel —explicó—. Es muy difícil que la ceguera degenerativa se detecte a tiempo, como ha sido en tu caso. La gente suele hacer desidia cuando comienzan a presentar los síntomas.

—¿T-Tiene cura? —la voz de mi mamá estaba tan rota como yo me sentía.

—Lamentablemente, no existe una cura para detener la ceguera. Sin embargo, existen procedimientos para ralentizar el proceso. Cuando la ceguera del tipo degenerativa es detectada a tiempo, los pacientes pueden llevar una vida casi normal. Ha habido informes de pacientes con más de sesenta años de edad que no han presentado más que un cuadro de miopía. La miopía tampoco es corregible, pero los anteojos son los mejores aliados —el médico me sonrió con optimismo—. Estás muy a tiempo de comenzar el tratamiento.

—¿E-Eso quiere decir que podría no perder la vista? —tartamudeé con la voz entrecortada.

—Quiere decir que puede haber un cuadro leve de ceguera degenerativa. Al grado de sólo necesitar anteojos. Sin embargo, todo depende de tu cuerpo y de la velocidad en la que esté actuando la degeneración.

—¿Cuánto cuesta ese tratamiento? —preguntó mi madre.

Mis ojos se cerraron, preparándose para escuchar el golpe. No teníamos mucho dinero. Apenas vivíamos al día, ¿cómo pretendía que pudiéramos pagar un tratamiento como ese?

—Es un tratamiento costoso —admitió el médico y mis esperanzas disminuyeron considerablemente—. Además de que es experimental. Sólo se aplica en la ciudad de Orlando, sin embargo ha tenido muy buenos resultados.

—¿Cuánto? —pregunté con un hilo de voz.

—Cerca de treinta mil euros por el tratamiento completo —dijo el doctor.

"No llores. No llores. No llores. No llores." Me repetí mientras el doctor seguía hablando acerca de estadísticas y esperanzas. Ya no estaba escuchándolo.

¿Esto era todo?, ¿Iba a quedarme ciega?, ¿Iba a dejar de ver?

Salimos del consultorio y tomamos un taxi. No iba a llorar delante de mi madre. No sólo se trataba de pagar treinta mil euros por el tratamiento, significaba viajar a Orlando, gastar en boletos de avión o en gasolina si íbamos en auto. Se trataba de pagar hospedaje, ya que cada sesión del tratamiento constaba de dos dosis con una diferencia de 1 día entre cada una. Se trataba de gastar en alimentos, hoteles y transporte. ¿Cómo íbamos a pagar todo eso?

Ella hablaba acerca de hipotecar la casa para que yo pudiera viajar a Orlando cada dos semanas para recibir la dosis del tratamiento, de cómo podía vender la tienda y sacar un poco de dinero de ahí.

—No voy a hacerme el tratamiento —la interrumpí al llegar a casa.

Ella se calló de inmediato. —¿Q-Qué? —tartamudeó.

—No tenemos el dinero para hacerlo y no voy a dejar que vendas lo poco que tenemos sólo por un porcentaje de probabilidades que dice que tal vez, ¡Tal vez!, no pierda la vista —susurré, reprimiendo las lágrimas.

—Es un ochenta por ciento de probabilidades de que puedas seguir viendo —exclamó.

—¿Qué hay del otro veinte? —Dije, girándome para encararla—, ¿Qué hay del veinte del que no habló el doctor?, de ese veinte que dice que podría continuar perdiendo al vista y que de nada servirá gastar tanto dinero en mí.

—Rachel, no te preocupes por el dinero...

—¡Si me preocupo! —Espeté, desesperada—, ¡No puedo permitir que hagas esto!, ¡No puedo permitir que termines con lo poco que nos dejó papá!, ¡No puedo!

—Él lo habría querido —susurró y noté cómo sus ojos se llenaron de lágrimas—. Él habría hecho esto por ti. Él se habría desecho de todo con tal de que tú pudieras ver.

—Él no está aquí ahora. Y yo no quiero... No voy a dejarte en la calle. No voy a dejarnos en la ruina. No... —mi voz se quebró por completo. Era incapaz de hablar más. Era incapaz de pronunciar una palabra más.

—Rachel...

—Sólo... Necesito estar sola —susurre

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Aunque puedas verme | tom kaulitz. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora