Capítulo 33.

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Jamás me había sentido tan miserable como en aquel momento.

Tom se encontraba sentado en una solitaria silla frente a mí, sin dejar de mirarme a los ojos. Era increíble la comunicación que podíamos llegar a tener con sólo mirarnos. Era como si entendiera cada emoción reflejada en mis ojos. Era como si hablara con mi corazón solamente estando ahí, frente a mí, mirándome...

No se movió de la funeraria. Ni siquiera cuando cayó la noche y todo mundo comenzó a irse. Georg había ido junto con Abril y habían estado un par de horas apoyándome. Me obligaron a ir a un restaurante de comida china a comer algo y, a pesar de mi poca hambre, agradecí su intento de distraerme.

A la mañana siguiente, íbamos a enterrar el cuerpo de mi padre, así que la noche sería eterna.

Cuando se dieron las doce de la noche, nos retiramos de la funeraria. Tom se quedó en todo momento, al igual que Bill. Tom caminó a una distancia prudente de mí y de Bill, quien me estrechaba la mano, guiándome a su auto. Él nos llevaría a casa.

Sin decir una palabra, mi madre envolvió a Tom entre sus brazos y le besó la mejilla. Le susurró algo al oído que no pude escuchar y él sonrió con tristeza mientras besaba la coronilla de su cabeza.

Tom se volvió hacia mí y Bill soltó mi mano, rodeando el auto, dejándome despedir de él.

Los brazos de Tom se envolvieron en mi cuerpo y el alivio me llenó el pecho. No me había dado cuenta de cuánto necesitaba un abrazo de él hasta ese momento.

—Te amo, Rachel. —susurró a mi oído.

—Te amo, Tom. —susurré con la voz entrecortada por el nudo de mi garganta. No había llorado mucho en el día, a pesar de querer hacerlo.

—¿Me llamas cuando llegues a casa? —preguntó, apartándose para mirarme a los ojos.

Asentí y su mano grande ahuecó una de mis mejillas, acariciándome con el pulgar.— Te veo mañana —dijo y sonrió tristemente.

Antes de que pudiera responder, Bill se situó a mi lado, mirando a Tom con recelo.

—¿Lista? —dijo en voz baja.

—Si —mi voz estaba enronquecida y lo único que quería era plantar mis labios en los de Tom.

—Buenas noches, Tom —me obligué a decir y él metió sus manos dentro de sus bolsillos.

—Buenas noches, Rachel. —dijo y subí al auto de Bill.

El camino fue silencioso. No tenía muchas ganas de hablar y al parecer Bill y mi madre tampoco. Al llegar, mi madre entró a la casa, despidiéndose de Bill y él me acompañó hasta la puerta.

Sus brazos se envolvieron a mí alrededor y besó mi frente.— Te veré mañana. —afirmó en voz baja y yo asentí.

Él depositó un beso suave en mis labios y apreté los puños para no rechazarlo. Tenía que hablar con él pronto.

"Después de enterrar a papá." me dije a mi misma, y lo observé subir a su auto.

Subí a mi habitación y vi a mi mamá acurrucada entre las sábanas, con los ojos cerrados. Tomé el frasco de pastillas para dormir que descansaba sobre la mesa de noche, y las conté, sintiendo el alivio de ver que sólo faltaba una.

Guardé el frasco en el cajón y salí de habitación cerrando la puerta con cuidado de no despertarla.

Entré a mi habitación y me quité los zapatos. El nudo de mi garganta se acrecentó, pero me obligué a mantenerme serena. Tomé mi móvil y escribí:

"Ya estoy en casa. Te amo." Y lo envié al móvil de Tom.

Me puse el pijama y cepillé mi cabello antes de escuchar el timbre de mi teléfono. Corrí para responder y susurré en voz baja—: ¿Diga?

—Soy yo —la voz ronca de Tom me hizo sentir una oleada de calor en el pecho.

—Hola —susurré. Mi voz era temblorosa.

—¿Estás bien, amor? —preguntó con preocupación.

—Si —mentí.

—Eres muy mala mentirosa, ¿sabes?

Un suspiro entrecortado me invadió y apreté mis ojos. —Necesito un abrazo, es todo —susurré.

—Entonces sal para que pueda dártelo —susurró él.

Mi corazón dio un vuelco y me precipité hasta la ventana que daba a la calle.

La camioneta de Tom estaba estacionada en la acera de enfrente y él se encontraba recargado sobre la puerta del copiloto, con una mano sosteniendo el teléfono contra su oreja y la otra dentro de un bolsillo de sus pantalones.

Una sonrisa boba se apoderó de mis labios. —Ya bajo. —susurré y bajé las escaleras, sin importarme ir descalza.

Abrí la puerta y caminé por el asfalto, sintiendo el suelo helado contra las plantas de mis pies. Tom guardó su teléfono sin dejar de mirarme y abrió sus brazos para recibirme. Hundí mi cabeza en su pecho y me aferré a él como si mi vida dependiera de ello.

Entonces, lloré. Lloré entre los únicos brazos en los que yo podía sentirme segura.

—Shh..., estoy aquí, amor. Estoy aquí para ti —susurró Tom, acariciando mi cabello, apretándome fuerte contra su cuerpo.

—Te amo, Tom. —susurré—. No tienes idea de cuánto te amo.

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Aunque puedas verme | tom kaulitz. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora