Capítulo 19.

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Pasó un mes entero antes de que pasara lo inevitable y se volviera oficial la relación entre Stella y Tom.

Yo, por otro lado, había decidido darme una oportunidad con Bill, pero pasaron varios días después de haberme enterado de la nueva relación de Tom para que yo accediera a estar con él.

Habían pasado ya tres meses enteros desde aquella noche en la que Tom había golpeado a Bill. Tres meses desde la última vez que le había dirigido la palabra. Poco más de medio año de haber terminado con Tom.

El semestre había terminado con horribles exámenes finales y el estrés que sentí en ese momento fue suficiente para mantener mis pensamientos en lugares seguros.

El recuerdo de Tom ya no me hacía daño, sin embargo, me llenaba de una nostalgia casi enfermiza.

Bill, por otro lado, era mi ancla en la realidad. Era un chico dulce, cariñoso, amable, juguetón y bromista. Era el tipo de chico que mantenía tu estado de ánimo de la mejor forma posible. Era el tipo de chico que, sin importar lo mal que te sintieras, siempre terminaba robándote una sonrisa.

Lo quería muchísimo, pero no estaba enamorada. A dos meses de relación, podía decir que Bill era más como un amigo para mí, que un novio.

Sabía que podía llegar a enamorarme de él, sólo aún no estaba lista para ello.
Mi vida se llenó de una pacífica y tranquila rutina que me ayudó a sanar viejas heridas. Sanar era cosa fácil, lo difícil era olvidar. Siempre me había costado trabajo olvidar.

Las vacaciones de fin de semestre y el invierno llegaron como viento fresco en medio del opresivo ambiente escolar y lo agradecí infinitamente. Ansiaba locamente un poco de espacio y tiempo de descanso.

Georg y Abril habían organizado un viaje de cuatro días a la cabaña en la montaña que tenía la familia de Georg. Estaba personalmente emocionada por ello; sabía que Georg había invitado a Tom y a Stella, pero yo iría con Bill y no planeaba dejar que absolutamente nadie arruinara mis días de descanso y despeje.

Una noche antes de partir, me encontraba preparando mi maleta de viaje cuando recibí una llamada de Bill.

—Tengo malas noticias, cariño. —dijo la voz de Bill del otro lado del auricular.

Estaba luchaba, con la maleta de viaje que había conseguido con una tía. —¿Qué pasa? —dije, sin poner mucha atención a lo que estaba haciendo.

—No podré ir al viaje. —soltó.

Yo me congelé en ese momento. —¿Qué? ¿Por qué? —pregunte, sentándome sobre la cama, sintiendo la noticia como balde de agua helada.

—No me dieron permiso en el trabajo, además de que mis papás se enteraron del extraordinario que me quedó en física y me retiraron todos los permisos. Ya sabes, el argumento de: "mientras vivas en mi casa, haces lo que yo diga." Así que... —dijo y noté el pesar en su voz.

—No quiero ir si tú no vas. —gimoteé lastimosamente.

—Ve, Rachel. Diviértete sin mí y disfruta la nieve. —me animó.

Realmente quería ir. Realmente quería hacerlo, sin embargo, la idea de tener que ver los arrumacos de Tom con otra chica, mataba mis ganas.

—Sabes que Abril no te dejará quedarte —dijo él y pude notar la sonrisa en su voz.

Yo sonreí y suspiré—: Lo sé. Me mataría antes de dejarme quedar.

—No se diga más, entonces, ve y diviértete, cariño. La pasarás increíble. —dijo dulcemente.

—Me harás falta. —dije, porque era cierto.

—Y tú a mí. Debo dejarte. Te veré cuando regreses. Te quiero —dijo.

—Y yo a ti —dije, antes de colgar. Jamás había podido decirle aquellas palabras: Te quiero. Siempre le respondía un "yo igual", "y yo a ti", "yo también"... Era como si mi lengua se volviera piedra con la sola idea de pronunciarlas.

La noche pasó rápidamente y mi reloj biológico me levantó minutos antes de que sonara mi alarma. Tomé una ducha rápida y sequé mi cabello a conciencia antes de vestirme con unos vaqueros y una sencilla blusa de mangas largas. Mis botas de combate y una chaqueta de piel me vistieron mientras dejaba fuera la enorme chamarra esquimal y el gorro tejido para el frío que haría cuando llegáramos a la montaña.

El claxon del jeep de Georg me hizo bajar las escaleras a toda velocidad y salí de la casa, no sin antes despedirme de mis padres, con la promesa de volver sana y salva el lunes a medio día. Apenas era miércoles por la mañana.

Cuando salí, Georg me ayudó a subir mi maleta mientras Abril me abrazaba cariñosamente.

—¿Y Bill? —preguntó ella.

Habían quedado en recogernos a ambos en mi casa.

Yo hice una mueca de disculpa y dije—: No irá. No tiene permiso en el trabajo y sus papás lo castigaron por el extraordinario que le quedó.

Abril se quedó congelada y miró a Georg con nerviosismo. Ambos se dedicaron una mirada que no pude descifrar y mi ceño se frunció.

—¿Qué pasa? —inquirí, mirándolos de hito en hito.

Georg desvió la mirada y Abril cerró los ojos con fuerza mientras me alejaba un poco del jeep, mirando nerviosamente en su dirección. —Escucha, Rachel, lo siento mucho... Yo... ¡Ay, Dios mío!, esto será horriblemente incómodo.

Mi estómago se revolvió ante sus palabras pero me obligué a tragarme el nerviosismo. —Suéltalo, Abril. Sea lo que sea, dilo. —urgí.

Ella suspiró pesadamente y se mordió el labio inferior antes de decir—: Stella no irá. Tampoco irán los amigos de Georg... Sólo seremos Georg, tú, yo y... —vaciló.

Mi ceño se frunció aún más, pero algo dentro de mi pecho comenzó a arder. —¿Y quién más? —pregunté, con la voz enronquecida, sabiendo la respuesta.

—Tom...

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Aunque puedas verme | tom kaulitz. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora