Capítulo 20.

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Mi corazón comenzó a latir a una velocidad inhumana e irregular, pero me obligué a tragar duro y respirar aire lentamente.

—¿I-Iremos por él a su casa? —tartamudeé y me maldije en silencio por sentirme nerviosa.

Abril hizo otra mueca de disgusto y disculpa y masculló—: Está dentro del Jeep. Pasamos primero por él porque quedaba de paso.

Mi corazón dio un vuelco dentro de mi pecho y, por un momento, me sentí perdida. Abrí la boca para responder, pero no supe qué decir, así que volví a cerrarla.

—Si no quieres ir, lo entiendo... —masculló mi amiga, con la mirada entristecida.

Tragué saliva, intentando decidir qué sería lo mejor que podría hacer. Tenía tantas ganas de ir a aquella cabaña. Tenía tantas ganas de pasear y despejarme. ¿Realmente iba a dejar que Tom Kaulitz arruinara mis vacaciones?

—Iré. —dije en un segundo de valentía.

—¿De verdad? —noté la incredulidad en el tono de su voz, pero me obligué a sonreír.

—Sí. Hace más de seis meses que Tom y yo no somos nada. Tengo novio, él tiene novia. Ya lo hemos superado. —dije, intentando convencerme a mi misma de mis palabras.

Pude notar cómo Abril me miraba con aprehensión e indecisión. —¿Estás segura de esto? —volvió a preguntar.

—Completamente —dije, y puse mi mejor sonrisa.

Un suspiro aliviado salió de los labios de mi amiga y yo sonreí suavemente antes de dirigirme al Jeep.

Georg me miró como si me hubiera vuelto loca, pero no dijo nada mientras abría la puerta trasera para que entrara.
Ni siquiera me digné a mirarlo mientras subía al auto. Sabía que si lo miraba, me acobardaría y saldría corriendo.

Me tomé todo el tiempo del mundo abrochando el cinturón de seguridad y acomodando mi bolso y mi chaqueta gruesa en el suelo del Jeep antes de suspirar y mirar, de reojo, en dirección a Tom, quien se encontraba sentado justo a mi lado en el reducido espacio del asiento trasero del Jeep.

Llevaba los auriculares puestos y tenía la mirada perdida en un punto en la ventana. Pude observarlo cerrar los ojos con fuerza y tragar saliva antes de dirigir su mirada hacia mí.

Sus ojos oscuros se clavaron en mí durante un momento eterno antes de sonreírme forzadamente y quitarse un audífono. —Hola. —saludó con aquella voz ronca que tanto me gustaba.

Pude sentir como un escalofrío me recorría la espina dorsal pero me limité a sonreírle de vuelta y decir—: ¡Hola!

—¿Cómo estás? —preguntó.

Abril y Georg subieron al auto, cerrando sus respectivas puertas.—Bien —respondí, porque era cierto.—. ¿Y tú?

—Bien, también. —asintió.

Abril y Georg nos miraban con cautela y nerviosismo, pero yo le sonreí a Georg y bromeé—: Más te vale que ese lugar sea tan espectacular como lo describen o voy a hacer que me traigas de regreso.

Pude notar cómo la tensión del auto disminuía notablemente y Georg me sonrió de vuelta mientras encendía el auto. —Es un lugar fabuloso. Te va a encantar, Abril ya ha estado ahí, ¿Verdad, cielo?

Mi amiga sonrió mientras encendía la radio. —¡Es maravilloso!, la cabaña tiene una vista espectacular y está cerca de un lago.

—Un lago que está congelado en estas épocas del año —añadió la voz ronca de Tom.

Yo me volví para mirarlo. —¿Haz estado ahí? —le pregunté con curiosidad.

—Muchas veces, la última vez que fuimos, me prometí a mi mismo que patinaría en ese lago. —admitió, sonriéndome, haciendo que desviase mi mirada a su sonrisa.

Aunque puedas verme | tom kaulitz. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora