Capítulo 24.

4.8K 354 61
                                    

Volvimos a la cabaña pasadas las doce de la noche.

Pude escuchar como Georg le preguntaba a Tom acerca de la caja de preservativos que habían comprado en el pueblo y casi me da un ataque de risa al escuchar cómo Tom, inocentemente, le decía que no sabía dónde la habían dejado.

Subí las escaleras a mi habitación después de despedirme con un gesto, y cerré la puerta detrás de mí antes de comenzar a quitarme la ropa de forma mecánica. Me enfundé el pijama viejo, desmaquillé mi rostro y cepillé mi cabello antes de atarlo en un moño despeinado en la parte alta de mi cabeza.

Me recosté entre las sábanas, con la mirada fija en el techo de madera que se cernía sobre mí. No podía dejar de pensar en lo que acababa de pasar con Tom; en su mirada ilusionada, en su voz, la letra de su canción, sus ojos en los míos mientras cantaba, sus labios presionando mi mejilla, su sonrisa tímida y real.

Mi corazón se aceleró dentro de mi pecho ante el recuerdo y me permití a mi misma absorber la sensación vertiginosa que se estaba apoderando de mi cuerpo. Tom era la única persona que podía hacerme sentir nerviosa, ansiosa y tranquila al mismo tiempo.
Me descubrí a mi misma suspirando fuertemente antes de cerrar los ojos.

"Debes dejar de pensar en eso, Rachel. Sólo, déjalo." Me regañé mentalmente, pero era imposible.

No podía dormir. No podía dejar de dar vueltas y vueltas en la cama pensando en él. Recordando lo que habíamos vivido. Lo mágico que estaba siendo todo, y una horrible sensación de coraje se instaló en la boca de mi estómago. ¿Cómo se atrevía a ser así cuando yo estaba esforzándome por olvidarlo? Todo era tan ridículo. Todo era tan absurdo. ¿Por qué estaba comportándose de esa manera, de cualquier modo?, ¿Por qué estaba yo permitiéndolo?

Me levanté de golpe de la cama, decidida a ir en su búsqueda. Decidida a espetarle en la cara que debía dejar de ser de esa manera porque estaba matándome lentamente; decidida a ponerle un punto final a esta situación.

Caminé por el suelo de madera antes de abrir de golpe la puerta y me quedé congelada en el umbral.

Tom Kaulitz se encontraba de pie, frente a la puerta, enfundado en un pantalón de pijama a cuadros escoceses y una sudadera oscura. Mi boca se abrió, pero lo único que salió de mis labios fue un balbuceo incoherente y pude notar cómo él me miraba con sorpresa y vergüenza.

—Rachel —murmuró y pude notar cómo se ruborizaba ligeramente—. Yo...

—¿P-Pasa algo? —tartamudeé, con la voz entrecortada y enronquecida. Me sentía ridículamente nerviosa y ansiosa.

La boca de Tom se abrió para decir algo, pero volvió a cerrarse de golpe. Lo miré por un instante que pudo haber sido eterno y al mismo tiempo bastante corto mientras sentía la tensión extenderse en el ambiente.

—En realidad no tengo idea de qué demonios estoy haciendo aquí—dijo, con la voz enronquecida. —, ¿A dónde ibas tú, de todos modos?

Mi corazón dio un vuelco dentro de mi pecho, pero me obligué a mantener mi expresión serena y tranquila. —Yo... —vacilé un segundo, en busca de una mentira creíble, pero me di cuenta de que no tenía caso mentir—, yo iba a buscarte.

El ceño de Tom se frunció profundamente y se acercó un paso hacía mi. —¿A buscarme? ¿Por qué? —noté el miedo filtrándose en el tono de su voz.

Desvié la vista, incapaz de mirarlo. Abrí la boca para responder, pero no tenía idea de qué decirle. Pude sentir cómo una mano me guiaba el rostro hasta que quedar mirando de frente a aquel par de ojos intensamente oscuros que tanto me gustaban.

—¿Para qué ibas a buscarme? —preguntó de nuevo, y su aliento me golpeó el rostro.

Mis ojos se cerraron casi por voluntad propia y tragué duro.— Para hablar... —dije en un susurro ronco.

Aunque puedas verme | tom kaulitz. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora