Capítulo 44.

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Pasé los siguientes días en casa atendiendo la tienda, ayudando a mi mamá. Vendando mis ojos y practicando todo lo que le había enseñado a Tom alguna vez. Quería estar lista para cuando sucediera.

No quería pararme en la escuela. No estaba lista para afrontar la realidad. No aún...

Me encontraba leyendo un libro en braille, con la mirada fija en un punto en la estantería de las patatas fritas, cuando la campanilla de la entrada de la puerta, sonó.

Dejé el libro sobre el aparador y entonces, me congelé en mi lugar.

—¿B-Bill? —tartamudeé, sorprendida.

—Cuando te dije que hablaras con Kaulitz, no quería decir que le destrozaras el corazón. —bromeó pero no pude sonreír.

Bajé la mirada a mis manos y apreté los dientes.

—¿Cómo estás? —preguntó suavemente.

—He tenido días mejores —susurré.

—No te he visto por el campus estos días...

—Eso es porque no he ido al campus estos días.

Un suspiro brotó de la garganta de Bill y cerré los ojos.

—¿Por qué terminaste con él? —preguntó. Estaba cansada de responder la misma pregunta. Me la había hecho mi mamá, me la había hecho Abril, me la había hecho yo misma una y mil veces.

—¿No es obvio? —resoplé, intentando sonar tranquila.

—Entonces, llega la vida, te golpea y tú, ¿en lugar de levantarte, te dejas caer al suelo?

Alcé la vista para mirarlo.— No tengo el dinero para el tratamiento. No tengo forma alguna de costear eso.

—¿Quién dice que necesitas dinero? —Me miró y una sonrisa bailó en sus labios—, Rachel, mi papá es médico, ¿de acuerdo?, conoce al tipo que está haciendo las pruebas con el tratamiento, podemos conseguir que te trate, podemos hacerlo.

—¿Qué...? —susurré.

De pronto, toda la habitación comenzó a dar vueltas. ¿Realmente iba a ser posible? ¿Iba a poder tratarme?

—Lo hablé con mi papá. Él hablará con su amigo y, quizás... Si tenemos suerte, puedan tratarte —me sonrió—. Ahora ve y dile a Kaulitz que lo amas, que parece alma en pena.

—No —respondí automáticamente—. No voy a contarle. No voy a poner falsas esperanzas en él. No voy a tener falsas esperanzas yo misma. No puedo decirle hasta que no sea un hecho. Ni siquiera voy a decirle cuando comience el tratamiento. Le diré si funciona. Sólo si funciona.

Bill me regaló una mirada exasperada. —Funcionará, ¿de acuerdo?, estoy seguro de que funcionará. Confía en mí. Confía en el tratamiento.

Bill pasó un rato más en la tienda. Se burló de mi aspecto lastimoso y me hizo reír un poco, a pesar de la revolución sentimental que se estaba generando dentro de mi pecho.

Al cabo de unas horas se marchó. Su compañía siempre me hacía bien. Era de esa clase de personas que lograban cambiar tu estado de ánimo aunque fuera sólo por un momento.

Cuando mi mamá volvió de surtir, me encaminé a mi habitación. Me sentía un poco más tranquila que otros días, así que tuve el valor de tomar mi móvil y encenderlo.

Inmediatamente, un puñado de mensajes comenzó a inundar mi bandeja de entrada. Sonando cada pocos segundos. Mi corazón dio un vuelco al leer el remitente. Todos los mensajes eran de él... Todos los mensajes eran de Tom. Tomé una respiración profunda y abrí el más viejo. El primero que me envió.

"Cierra la puerta. Apaga la luz. Quiero estar contigo; quiero sentir tu amor. Quiero estar a tu lado. No puedo esconder esto aunque lo intente..."

Mi garganta se apretó en un nudo y abrí el siguiente texto:

"Mi corazón late más rápido. El tiempo se me escapa... Mis manos temblorosas tocan tu piel y esto se hace más difícil, y las lágrimas caen por mi cara. Si tan sólo pudiéramos tener esta vida un día más. Si tan sólo pudiéramos regresar el tiempo."

Abrí un texto más, dejando que las lágrimas se escaparan por mis ojos:

"Sabes que seré tu vida, tu voz, tu razón de ser. Mi amor, mi corazón, está respirando por este momento en el tiempo. Encontraré qué palabras decir, antes de que me dejes hoy."

No pude continuar leyendo. Era demasiado. Todo era demasiado para mí. No podía con esto.

El teléfono comenzó a vibrar en mi mano y me tomó un par de segundos darme cuenta de que estaba entrando una llamada de un número desconocido.

—¿D-Diga? —tartamudeé por las lágrimas.

El silencio del otro lado de la línea hizo que mi corazón se estrujara con fuerza. —Hola... —la voz ronca de Tom hizo estragos en mí.

Cubrí mi boca con una mano y me tragué un sollozo. —H-Hola. —tartamudeé débilmente.

Otro silencio.

—Sólo quería saber cómo estás. —su voz sonó como a disculpa.

—¿Cómo estás tú? —desvié la conversación. No podía mentirle una vez más. No tenía fuerzas para hacerlo.

—He estado mejor... —escuché un pequeño suspiro—, lamento hacer esto más difícil. Yo sólo... Yo sólo necesito saber que estás bien.

—Lo estoy. —me obligué a decir.

—De acuerdo... Yo... Será mejor que te deje en paz...

—Tom... —no pude detenerme. No podía dejarlo ir aún.

—¿Sí?

—Gracias por llamar. —susurré reteniendo mis lágrimas que luchaban por salir de mis ojos.

—Gracias a ti por responder —susurró de vuelta. Entonces, después de un silencio eterno, colgué...

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Aunque puedas verme | tom kaulitz. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora