Problemas 2 - Gabriela

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El tono del último mensaje de Sofía me quitó una preocupación que tenía en la cabeza. Llegué al colegio y mi primera clase de la mañana era de deportes. Fui al gimnasio a dejar mis cosas y allí me encontré con Luisa y Pablo, mis compañeros de clase. Pablo preguntó primero: "¿Qué te pasó en la mano?". Dudé por un momento, pero decidí contarles la misma historia que le había dicho a mi papá: "Me lastimé con una banda elástica de resistencia que se rompió mientras estaba entrenando".

Luisa, sorprendida, comentó: "No sabía que habías vuelto al ballet". Rápidamente aclaré la confusión: "No he regresado al ballet, solo estaba estirando y haciendo ejercicios de flexibilidad". Pablo y Luisa asintieron, a la vez que el profesor de deportes hacía sonar el silbato. "Chicos, hoy toca test de navette", anunció el profesor. Una expresión de desagrado se escuchó de parte de toda la clase.

El test de navette consistía en una prueba de resistencia en la que teníamos que correr de un cono a otro, siguiendo un ritmo marcado por una molesta grabación. Era una actividad exigente que requería resistencia y velocidad, y no era precisamente la favorita de muchos. Además, la nota se basaba en cuántas rondas de silbatos lográbamos resistir.

Personalmente, encontraba la actividad relativamente fácil, ya que tenía buena resistencia y consideraba que era más un desafío mental que físico. Sin embargo, Luisa y Pablo tenían una opinión muy distinta. Ellos lo veían como una tortura y se notaba en su expresión antes de comenzar. El profesor dio la señal de inicio y comenzamos a correr al ritmo de la grabación. El sonido del silbato resonaba en mis oídos mientras trataba de mantener el paso. Con el paso de las rondas, algunos compañeros de clase comenzaron a quedarse atrás. Luisa se detuvo primero y unas rondas más tarde hizo lo mismo Pablo. Solo quedaba otra chica y yo, y comenzó a convertirse en una competencia por ver quién llegaría más lejos.

La energía en el gimnasio era palpable. Dos barras formadas por nuestros compañeros de clase nos alentaban, gritando nuestros nombres en un ambiente cada vez más animado. Yo estaba ligeramente por delante de la otra chica en cuanto al ritmo, pero ella lograba llegar al silbato justo a tiempo. Sin embargo, lo que comenzó como una competencia deportiva se tornó violento y desagradable. La otra chica, de repente, me metió el pie y caí al suelo. Afortunadamente, solo golpeé un poco la rodilla, pero el dolor en mi mano se hizo presente nuevamente.

Con enojo y confusión, le reclamé: "¡Hey, ¿qué te pasa?!" No recuerdo exactamente cómo sucedió, pero en cuestión de segundos nos encontramos en una pelea en el suelo. Ambas estábamos luchando sin control y con una mezcla de rabia y frustración. La situación se volvió caótica, con otros compañeros tratando de separarnos y el profesor intentando restaurar el orden en el gimnasio. Finalmente, nos separaron y nos llevaron a la oficina del profesor de deportes para hablar sobre lo sucedido.

Aunque el problema no era mío, simplemente le reclamé a la otra chica y ella fue la que comenzó a golpearme. Todos lo vieron, y en ese momento me sentí impulsada a defenderme. No me quedé atrás y le devolví varios golpes, aunque cada uno de ellos aumentaba el dolor en mi cuerpo. Las marcas que ya tenía de los golpes del sábado ardían intensamente, y estaba segura de que algunas de ellas se habían abierto o empeorado en cierta medida, aunque en la oficina para evitar más problemas pedí disculpas. 

La hija de mi jefe - spankingDonde viven las historias. Descúbrelo ahora