CAPITULO 13

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En los últimos tres días, mi realidad se había convertido en una pesadilla. Mi cuerpo y mi mente se resistían a abandonar la cama, pues la noticia de que mi madre había salido de prisión me había sumido en un estado de profunda angustia y terror. A diferencia de un reencuentro emocionalmente esperado, mi relación con ella estaba marcada por un pasado oscuro y doloroso.

Desde mi infancia, mi madre había sido una figura abusiva y adicta. Los recuerdos de su maltrato y el constante temor a su presencia se habían arraigado en mi ser, formando un patrón de miedo y ansiedad que aún no había superado. La sola idea de volver a encontrarme con ella hacía que mi corazón se acelerara y una sensación de pánico me invadiera.

Era difícil para mí reconciliar la idea de que mi madre, alguien que debería haberme brindado amor y protección, había sido fuente de dolor y sufrimiento en mi vida. Los abusos físicos y verbales habían dejado una cicatriz emocional profunda, convirtiendo cualquier intento de establecer un vínculo en un desafío intimidante.

En lugar de ver su liberación como una segunda oportunidad para nuestra relación, lo único que veía era el potencial de repetición del daño que ella me había infligido en el pasado. La incertidumbre de cómo sería esta nueva etapa de nuestras vidas me atormentaba, y el miedo a su influencia negativa volvía la tarea de levantarme de la cama aún más difícil. Por lo que no había asistido a la universidad, ni hablado con Tayler, tenía muchos mensajes de el preguntando porque no le había contestado.

Ivy entró en mi habitación de repente, claramente no me sorprendía ya que era mi mejor amiga y tampoco le había respondido sus mensajes preocupandose de que estuviera evitando a todo el mundo.

_Brenna que contó lo de tu madre. dijo con cuidado.

voltie a verla y pude ver en su mirada que comprendía mi aislamiento temporal del mundo.

Desde que tengo memoria, mi vida fue solitaria y restringida dentro de los muros de mi hogar. No tenía hermanos ni hermanas con quienes jugar y nunca había experimentado la amistad o el compañerismo de otros niños. Pero todo cambió cuando ingresé al preescolar y conocí a una niña de ojos azules y cabello rubio llamada Ivy.

En ese entonces, yo era una niña tímida y reservada, afectada por el ambiente cargado de problemas en mi hogar. Por otro lado, Ivy irradiaba una energía vibrante y era la vida misma. Con su sonrisa contagiosa y su carisma innato, ella se destacaba entre todos los demás niños. A pesar de ser polos opuestos en términos de personalidad, algo en nosotras se conectó de inmediato y se forjó una amistad especial.

Descubrimos que, además de ser compañeras en el preescolar, también éramos vecinas. Nuestras casas estaban cerca, y eso facilitó nuestros encuentros después de la escuela. Aunque había momentos difíciles para mí en casa, los momentos en casa de Ivy se convirtieron en las luces brillantes de mi vida.

Recuerdo cómo solíamos pasar horas jugando, riendo y soñando juntas en su cuarto. Era como si por un momento fugaz, pudiéramos escapar de nuestras realidades y perdernos en un mundo de imaginación y amistad. Estos momentos especiales eran nuestras pequeñas huidas de la oscuridad en la que cada una vivía.

A medida que crecíamos, nuestra amistad se fortaleció aún más. Me convertí en la confidente de Ivy, contándole todos los detalles oscuros y dolorosos de mi hogar. A pesar de mi timidez y reserva, ella siempre estuvo ahí para escucharme, apoyarme y brindarme consuelo.

Siempre admiré a Ivy por su fuerza y resiliencia. A pesar de haber crecido en un entorno diferente al mío ya que apesar de que Ivy fue adoptada desde bebé sus padres eran atentos y cariñosos pero ella entendía mi dolor y luchaba junto a mí. Su presencia en mi vida se convirtió en mi único verdadero apoyo, alguien en quien podía confiar plenamente.

PRIMER AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora