Capítulo 4

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Club nocturno

Atenea Morelli

Apolonia corre por toda mi habitación, es su lugar favorito de mi casa, la entiendo, siempre que puede se escapa a mi habitación y juega con todas mis cosas. Recuerdo el día que nació, era una cosa pequeña, frágil y hermosa a la vez, su nombre fue escogido por mí, tanto Luciano como su esposa no sabían que nombre darle a la niña.

Así que los dos decidieron dejarme a mí elegir, no dudé ni un segundo en ponerle ese hermoso nombre, pues la niña es la definición de la palabra belleza. Le he dado el calor y cariño de madre, ese que nunca ha tenido, pero tampoco le ha hecho falta, en el fondo Luciano y yo nos hemos encargado de que no duela tanto la ausencia de su madre.

Es un año menor a Hera, a veces la veo y pienso en mi hija, el tamaño que tendría, las cosas que haría, verla, me recuerda tanto a mi hija, sé que nunca pude verla, pero de una forma u otra Apolonia hace que eso se sienta diferente.

― Si sigues corriendo vas a marearte.― me acerco a ella para detenerla.

Se detiene y sonríe, tiene toda su boca cubierta de dulces, sabe que tiene prohibido comer tantos dulces, siempre suele ponerse intensa al consumir azúcar de más.

― Lo siento madrina, es que amo tu habitación.― abre los ojos como platos.

― ¿Cuántos dulces te has comido en lo que va del día? Abre la boca.― coloco mi mano en su pequeña barbilla para poder ver su lengua, esta se encuentra de diferentes colores.

― Solo me he comido tres dulces.― hace un puchero.

― El arcoíris que tiene tu lengua dice todo lo contrario.― me acerco por una toalla húmeda y limpio toda su carita.― Ve al baño y quita todo ese dulce de tus manos, no queremos que tu papá te vea de esa manera, luego me va a regañar.― la encamino hacia el baño.

― ¿Cuándo iremos a ver los diamantes?― la escucho preguntar desde el baño.

Siempre ha mostrado fascinación por los diamantes, en su cumpleaños número cinco le regalé una medalla con un rubí, todavía lo conserva, los diamantes son sus piedras preferidas.

― Prometí llevarte cuando estés más grande.― la tomo entre mis brazos para poder secar sus manitas.

― ¿Pero por qué?― hace un adorable puchero.

― Porque a papá no le gusta que vayas a esos lugares.― Luciano entra, ambas miramos en su dirección.

― Llegó papá gruñón.― secreteo cerca de su oído para que solo ella pueda escucharme.

― Escuché eso.― Luciano rueda los ojos.― Apolonia baja y espérame en la puerta, ya debemos ir a casa.

― Pero quiero quedarme a dormir aquí.

Sed de poderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora