Capítulo 18

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En nuestras manos

Saúl Di Marco

Los rayos de sol se cuelan en mi cama, algunos se pasean por mi rostro despertándome, me volteo lentamente con cuidado de no despertar a Atenea, porque ese es su verdadero nombre. Mi sorpresa es no verla en la cama, no hay rastro de nada de ella, ni su ropa, ni sus zapatos, nada, se fue, lo más probable lo hizo en la madrugada.

Camino hacia el baño en ropa interior, un bóxer es lo único que me acompaña, lavo mi cara y dientes, camino hacia la cocina para poner la cafetera a hacer un café, la hora del reloj muestra que son nueve de la mañana, me he despertado temprano.

El sonido del timbre provoca que camine hasta la puerta y mire por el ojo mágico, Lorenzo se encuentra del otro lado de la puerta en espera de que abra. Abro la puerta, este entra con una sonrisa en el rostro, se quita los lentes y mira todo a su alrededor.

― Por lo visto fue una larga noche de sexo.― sube sus lentes hacia su cabeza.

― Si viniste a joder te aconsejo que te vayas, hoy tengo mucho trabajo por hacer.― ruedo los ojos y camino hacia la cocina para echarle café a la cafetera.

― Sabes que lo de joder corre por mis venas, pero he venido a saber las novedades.― toma asiento en una de las sillas altas que adornan la isla.

― Por el momento no tengo novedades, no he podido sacarle mucha información.― dejo que mis brazos descansen sobre la isla.

― Pero tu polla sí ha podido sacarle otras cosas.― golpeo su hombro por su ocurrencia.― Es la verdad, tu aspecto lo dice todo.

― Dijo que se iría de viaje, por eso no podremos vernos esta semana.― me volteo a sacar dos tazas.

― ¿Hacia dónde se va?― toma una manzana y le da una mordida.

― Supuestamente, a las Bahamas.― me volteo hacia el refrigerador.― ¿Deseas tu café con leche o solo negro?― niega con cara de asco.

― Sin leche, no pienso arriesgarme.― ruedo los ojos por su idiotez.― ¿Por qué dices supuestamente?

― Ella no es idiota, no va a contarle sus itinerarios a un desconocido, eso soy para ella.― sirvo café en la taza de Lorenzo con dos cucharadas de azúcar como le gusta.

― En eso tienes razón, ella no es tonta y es muy desconfiada.― me acerco con su taza de café, la dejo frente a él.

― No sé cómo, pero algo debo pensar para sacarle información, el general necesita información en cuanto antes y yo estoy perdiendo el tiempo follándomela.― sirvo café en mi taza con media cucharada de azúcar.

― No cometas el error de enamorarte de ella, Saúl, podría salirte muy caro.― niega, por primera vez lo veo decirme algo con seriedad.

― ¿Por qué sería un error?― tomo asiento a su lado con mi taza de café en manos.

Sed de poderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora