SU PROPIO SALVAVIDAS {44}

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{Capítulo 44}

XANDER

Si no iba a afrontar la realidad como su cometido que era, entonces yo tampoco le diría que Sigh había mentido por su propia inseguridad, una vez más. No por el momento al menos.

Si tenían que arreglar algo, que lo hiciesen. Ellos dos, a solas. Yo ahí no era nadie para desmentir nada. No podía rescatar a Sigh del pozo en el que ella sola se había metido sin cuerda para salir a la superficie.

O volvía hoy de la escuela y con suerte iba a casa de Thunder a ensayar, o... Dudaba sobre su presencia en el dueto. Cuando pasaba tantas horas en la escuela solía volver cansadísima y algo perdida. La encontraba ida. Como si parte de ella se hubiese quedado allí estancada. Como si alguien se hubiese llevado toda su esencia consigo, dejando a Sigh en un estado de puro vacío e indiferencia absoluta.

En gran medida, sabía a qué se debía ese cambio radical en su persona, solo que jamás hablábamos del tema.

Porque sabía lo mucho que le dolía hacerlo.

Y yo no era quien para remover esos sentimientos que se había esmerado en enterrar tan profundo. Sigh siempre había escondido muchas cosas, por miedo. Siempre por miedo. Por un miedo irracional a que el conocimiento de aquellas cosas o vivencias mostrasen un lado frágil y vulnerable de ella. No hizo falta que hiciese hincapié en ello o que simplemente la misma se pronunciase al respecto para saberlo con certeza.

Aun así, yo quería ayudar en toda la medida posible a que lograse abrirse algo más con las personas. A que no desconfiase en cada ser que se cruzaba en su pedregoso camino.

Sus abuelos, Raider, y yo, era todo cuanto tenía. Su círculo cercano con el que se relacionaba con soltura, siendo ella misma.

Pero todos los externos a ese círculo..., Sigh se rodeaba por todos los escudos con los que se había hecho a lo largo de su vida. Los aseguraba con fuerza a su lado y no se permitía confiar en alguien nuevo.

Porque temía su pérdida.

Y no la culpaba. No..., jamás podría hacerlo. No después de todo por lo que la misma había tenido que lidiar.

Sigh tenía una personalidad única, distintiva. No era extrovertida, pero sí podía serlo con los que eran más afines a ella. Como había podido comprobar que lo era con Thunder. El danés parecía quererla, de verdad.

Y Sigh..., apostaría a que también, pero era igual de impulsiva que su padre.

Todas y cada una de las veces que me había quedado en casa de los abuelos de Sigh —cuando éramos algo más adolescentes—, la misma había acogido el sueño dándole una placentera acogida de brazos abiertos. Y yo, en su lugar, me había quedado noches y noches con Richard en el salón junto a la chimenea, escuchando las miles historias que tenía por contar de su propio hijo. Margot, por lo general, no nos acompañaba en esas charlas nocturnas, ella no se sentía cómoda hablando del tema, no podía pronunciar palabra alguna siquiera sobre su amado hijo sin que estallase en lágrimas.

Pero Richard..., ese hombre sentía dolor, uno muy profundo, lo podía ver en sus ojos, iguales a los de Jayden y Sigh, pero siempre lograba mantenerse sereno, y firme como toda su presencia lo era. Al igual que el propio Jayden, que podía ser un completo rebelde sin remedio alguno. Indomable y sin riendas. Pero su persona era... imponente, muchos lo temían, a pesar de su contagiable alegría en el escenario, y fuera de él. Me aseguró Richard.

En muchas ocasiones el abuelo de Sigh hablaba de Jayden en presente, como si no asimilase aún que el alto y desmedido consumo de drogas se lo hubiese llevado consigo sin piedad alguna.

Ningún padre merecía morir a su hijo. Era un dolor indescriptiblemente doloroso, demoledor.

¿Acaso podían escuchar música sin que por un solo instante lo recordasen?

Jayden vivía en cada nota, en cada acorde y en cada melodía. Jayden era música pura. Era la viveza de los incansables ritmos sonoros de una guitarra eléctrica. Era pasional como el propio batería sentía cada golpe de sus baquetas repiquetear sobre los platillos. Era movido como los dedos del bajista deslizándose sin cesar entre sus cuerdas.

Y era una completa bestia cantando. Su voz desprendía tal intensa brutalidad que te hacía querer llorar de la emoción producida por el momento.

Podía suponer que escucharlo en vivo había sido un regalo de valor incalculable que no muchos habían tenido la oportunidad de presenciar.

Pero Sigh, por muy pequeña que fuese, sí había tenido la oportunidad de escucharlo.

La misma, con pasos inseguros, y observando todo a su alrededor abriendo mucho los ojos, no dudó un solo instante en tomar la gran mano de su padre y acompañarlo al escenario.

Este sonreía como nunca jamás se le había visto. Mientras Jayden se agachaba de cierta manera para alcanzar la mano de su pequeña, alzó su otra mano y se la puso sobre sus labios, pidiendo silencio. Sigh apenas tenía dos años, y testaruda, se había negado a colocarse los pequeños cascos que le habían querido poner para evitar el fuerte ruido.

Por lo que su padre salió al rescate, con esa presencia tan respetable y sin atisbo de diversión alguna. Determinado y tajante, los calló a todos y cada uno de ellos. El único ser en la tierra capaz de reunir tal autoridad como para poner a todos a sus pies.

Sigh entonces alzó la mirada hacia su padre, este le sacó la lengua desde su altura, y la niña rio. Ese sonido que hacía llenarlo de orgullo por saber que aquella criatura era su hija. El mismo que quiso inmortalizar en una de sus canciones.

Jayden tomó a la niña en brazos y esta rio y rio sin cesar. Palpó la cara de su padre y este le besó en la cabeza, un gesto tierno y paternal.

Ese siempre sería el amor más puro que Sigh había sentido jamás.

Poco después se atrevió a acercar a la misma a su micrófono y esta lo tocó con ansias. Pareció querer golpearlo incluso. Había que reconocerlo, tenía una gran fuerza para lo diminuta que era.

Jayden vio cómo esta miraba el micrófono con admiración, y sonrió ante tal pequeño gesto. Él era el único que sabía lo lejos que su hija llegaría algún día. Porque estaría a su lado para comprobarlo. Siempre lo estaría. Fuese lo que fuese que los separase. Jamás se permitiría perderla de vista. Ni siquiera tras la muerte.

Aquellas últimas palabras de Richard me hicieron derramar muchas lágrimas. Tantas que mi visión se vio nublada y lo último que recordaba era estar abrazado al mismo. Quien me decía que no tenía porqué llorar, que Jayden jamás hubiese querido que se le recordase de esa manera. Si quería honrarlo de alguna manera, que fuese con la música, como todos ellos lo habían hecho durante toda su vida. Ello fue lo que no les permitió a ninguno de ellos abandonar ese magnífico terreno jamás.

La música unía. También separaba. Pero siempre había un fino hilo del que ambos términos terminaban por encontrarse.

Por lo que, si Sigh se había separado por unos días de Thunder, había sido para volver con mucha más fuerza. Esta vez haría las cosas bien. Lo daba por hecho.

Sigh no dejaría a Thunder, ni aunque el temor se cruzase en su camino. Esta vez no se hundiría con ella.

Sigh White saldría a flote, una vez más, sin que nadie estuviese arriba para rescatarla. Sola ante las adversidades, llegaría pisando fuerte.

Eléctricos suspirosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora