Capítulo 27 | No es él, son ellas.

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Drystan

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Drystan.

Entre la oscuridad de la noche y su sonido sordo, puedo escuchar unos pasos finos y silenciosos afuera de mi habitación acercándose cada vez más a mi aposento. Por la sutileza en que cada paso se marca en el piso sé que alguien entró a mi mansión y mis hombres no son, menos mis empleados ya que es muy tarde para que estén paseando por los pasillos.

Me levanto de la cama ingeniosamente sin causar ruido, coloco unas almohadas en donde antes estaba yo acostado para que la persona que esté merodeando allá afuera piense que estoy dormido y camino hasta el baño, adentro del cuarto de baño espero a que la persona entre en mi habitación para sorprenderla por detrás.

Agarro la pistola que tengo escondida detrás del espejo y me preparo para matar al que entró a mi casa como un ladrón.

Escucho como abre la puerta desde afuera con mucho cuidado y una dulce fragancia de un perfume Dior que llega a mis fosas nasales me deja sorprendido, pues sé a quién le pertenece ese olor. Asomo un poco la cabeza y termino sonriendo mientras la veo caminar por mi habitación lentamente, ella debe pensar que las almohadas acomodadas en mi cama soy yo.

¿Qué hace ella aquí, en la mansión y en mi habitación como una ladrona a estás horas de la noche? No me importan los motivos, ahora que está aquí puedo hablar con ella y decirle de una vez por todas lo que en realidad sucede con respecto a la afirmación de Alastair a mi padre que no es cierta en lo absoluto. Mi padre no lo traicionó y no lo delató de ninguna manera. Además, ella me dejó plantado en la cafetería hace unas horas cuando acordamos vernos allí.

Hundo las cejas cuando la veo quedarse quieta frente a mi cama, no hace nada ni se mueve por varios segundos. ¿Qué hace? De su espalda saca algo y quedo perplejo al ver que apunta con una pistola directo a donde debería estar mi cabeza acostada en la cama.

¿Qué mierda?

Me muevo rápidamente hasta ella y a medida que estoy más cerca mi pecho palpita agitado por la única mujer que logra hacerme enloquecer como lo hizo ayer cuando volví a nuestro mansión y no la vi por ninguna parte, me desespero el no tenerla conmigo y eso que solo pasé un día sin su presencia. Me sitúo detrás de ella pegando nuestros cuerpos, el ser de la pelinegra se estremece por completo al sentir mi brazo izquierdo rodearle el cuello con fuerza y con la mano derecha le apunto mi pistola en la cabeza.

—La cazadora terminó casada. —mi voz salió grave en su oído.

Odette no se movió para nada, pero después sentí su arma en mi estómago.

—¿Sabes qué es lo divertido de tus palabras? —murmuró ella, con un sensual y chistoso tono de voz—. Que en unos días tu apellido no estará en mi nombre, miserable imbécil.

—¿De qué hablas? —le pregunté rápidamente.

Reaccioné bajando la guardia y ella aprovechó mi confusión dándome un golpe con el codo de su brazo disponible directo en mi estómago, no me moleste en retenerla conmigo, a lo que Odette se separó lejos de mi y me apuntó con la pistola entre la penumbra de la habitación. Ese golpe me dolió, pero no me quedé atrás y de igual manera alze mi arma en su dirección.

Entre Líneas © [Borrador]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora