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Azami:

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De nuevo había ido a comprar con mamá. Lo más aburrido del mundo, ya no encontraba ninguna forma nueva de retorcer los ojos o resoplar.

-Esto te quedaría muy bien. –Me puso una percha delante con un vestido pastel muy a su estilo.

-Voy a dar una vuelta. –Lo aparté.

-¿A dónde?

-Qué se yo, por ahí. –Ladré saliendo de aquel lugar. Ni idea de a dónde iría pero cerca de ella  no. Di unas cuantas vueltas para alejarme y terminé sentándome en una banca bajo un árbol que daba una sombra reconfortante.

-¿Qué haces? –Se sentó Taeyong a mi lado. ¿Este hombre estaba en todas partes? ¿Cómo hacía para aparecer siempre que salía? Benditas casualidades clichés de esta vida.

-¿Eres alguna clase de ángel de la guarda acosador o algo así? –Comenzó a reír.

-Siempre ando por aquí, haciendo fotos y esas cosas, me gusta mucho caminar.

-No traes la cámara hoy. –Señalé.

-No la necesitaba.

-¿Por qué?

-La curiosidad te mata, como siempre.

-Pues no tienes que decirme si no quieres. –Miré a otro lado cruzada de brazos, aparentando molestia.

-Acompáñame y te lo muestro.

-Me suena al cuento de la caperucita roja.

-No pienso comer… Mejor no hablemos de eso, no me gusta decir mentiras.

-¿Uh? –No entendí, pero daba igual.

-¿Vienes o no?

-Pero a dónde.

-A ver a mi hermano.

-¿Tienes hermano?

-Es más bien mi mejor amigo.

-Oh, ya entendí.

-¿Entonces vienes?

-¿De verdad piensas que voy a quedarme aquí para que la madre superiora me encuentre?

-¿Te escapaste de tu mamá? –Me puse el índice en los labios y rió.

-Hoy va a ser el día en el que me van a matar.

-No va a pasar nada. –Me extendió la mano. Analicé la situación por unos instantes, aunque no mucho, porque le di la mano para caminar junto a él.

Acompañé a Taeyong a la tienda de tatuajes. La campanilla de la puerta sonó al entrar, vi a mi alrededor; era oscura, por todos lados habían estantes de revistas y folletos con dibujos.

-Ven. –Me llamó y lo seguí.

-Lee Taeyong. Hacía mucho que no te veía por aquí. –El dueño, un muchacho bastante joven, salió de un pequeño estudio, apartando la cortina de cuentas azules que tintineaba con suavidad y le dio la mano. El sí que se encontraba lleno de tatuajes, en los brazos y el cuello. Tenía el cabello negro y usaba unos lentes azul eléctrico. Se percató de mi presencia, un poco sorprendido, pero saludó regalándome una hermosa sonrisa de dientes blancos y perfectos.

-Ten, ella es Azami.

-¿Dónde? –Sacó la cabeza de una revista Yangyang, para mi sorpresa.

-Hola. –Saludé.

-Hola, hola. –Se paró a mi lado. Miró a Tae.- ¿Es tu novia? –Preguntó tirándome hacia él de un brazo.

-Puede. –Dijo el otro tirándome del otro brazo. Los miré a ambos con la boca abierta.

-Entonces, vienes por otro tatuaje. ¿Dónde es esta vez? –Ten al rescate.

-Me gustaría algo como esto. –Comenzó a mostrarle en su móvil. Yo me puse a ver una pared, atestada de dibujos de cerezos y frases en otros idiomas, de las que comprendí solo algunas. – ¿Te gustan los cerezos? –Se paró junto a mí con las manos en los bolsillos después de un rato.

-Son hermosos.

-Deberías hacerte uno entonces.

-¿Un tatuaje?

-Sí.

-Mi madre me mataría. Ella usa una frase, “El que paga manda” y como paga ella, pues, yo tengo que quedarme callada. –Reí.

-¿Y si lo pago yo?

-No me gusta que me paguen las cosas. –Repuse seria.

-No lo veas como un regalo, luego me lo puedes pagar si quieres.

-No tengo dinero por ahora. –Suspiré. -Soy estudiante y la mesada no me alcanza, en mi casa regulan todo lo que tenga que ver conmigo.

-No hablo de dinero.-Ahora sí no comprendía. Entrecerré los ojos para mirarlo.

-No pienses nada raro.-Rió él también. –Sabes que soy fotógrafo. –Hice un sonido afirmativo. –Sé mi modelo por un tiempo.

-¿De verdad? –Asintió.- Pero si las hay más bonitas y más dispuestas.

-Pero solo hay una como tú. ¿No?

-Supongo que sí. –Apartó un mechón de cabello que descansaba en mi frente y me miró a los ojos con las manos en mis hombros.

-Sospecho que soy una mala influencia. –Reí en voz alta.

–Puede que sí, pero termino siguiéndote de igual forma. -Sonrió, no conseguía entender como una de sus sonrisas me podía hacer sentir tan llena, tan… Amada.

-¡Ten!

-¿Qué? –Levantó la vista de los instrumentos que preparaba con los guantes puestos.

-Cambio de planes. Que sean dos. –Nos vio con complicidad. –Luego no quiero a su mamá demandándome.

-Es mayor de edad, no pasa nada. –Volvió a mirarme. -Al no ser que le temas a las agujas.

-Para nada, pero…

-Ese pero se arregla con licor. –Afirmó Ten. – ¡Yangyang!

-Esta noche borracha y tatuada a mi casa, suena maravilloso.

-¿Quién dice que vas a tu casa hoy? Hoy nos vamos de fiesta todos. Ten tú también. Tráete a quien quieras.

-¿Puedo ir yo? –Preguntó Yangyang sacando una botella de la nevera.

-No, tú te quedas en tu casa que mi hermana no me va a dar la braza porque andas de fiesta de nuevo. –Solté una carcajada y me enseñó la lengua.

-Mi hermini ni mi vi a dir li brizi. –Movió la cabeza de un lado al otro. –¿Taeyong puedo ir?

-Mientras no te le pegues a Azami, por mi perfecto.

-Tóxico.-Masculló.

-¿Qué celebraremos? –Pregunté confundida, no podía ser el cumpleaños de nadie, Suki, me lo hubiese recordado.

-Que estamos vivos. –Dijo el pelinegro arrancando la botella de brandy de las manos de su sobrino. – ¿Comenzamos contigo Azami?

-¿Por qué no? –Le expliqué sobre el diseño. –Quiero que sea visible, así que haz este, en el brazo y parte del pecho. –Abrió los ojos como platos.

-Eso, rompe las reglas.

-Cállate niño. No hay tranquilidad en esta tienda desde que viniste. ¡Qué ganas tengo de que acaben las vacaciones! –Taeyong y yo no dejábamos de reír.-Una medalla hay que ponerme en el pecho por aguantarte dos meses. ¿Estás segura de que podrás ocultar eso de tus padres? –Se dirigió nuevamente a mí.

-La verdad es que si lo descubren, no me importa mucho.

Sí, bebí bastante con ellos, pero no me emborraché, de milagro. El móvil sonó cientos de veces, como que ya me daba lo mismo quien fuese. Entonces, me hice mi tatuaje y molesté un poco a Yangyang mientras Taeyong se hacía el suyo y cuando terminamos me fui a su casa además. Un día perfecto para morir, había roto un montón de reglas, creo ya había perdido la cuenta.
Nos sentamos en el suelo a comer como niños en la cocina. Escuchando algunas canciones de bandas famosas que a ambos nos encantaban. Riendo, cantando y comiendo, la mejor combinación del mundo, por lo menos para mi.

PerfectDonde viven las historias. Descúbrelo ahora