Capítulo 5: Marxel

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M A R X E L

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M A R X E L

Caminé por la vereda que conllevaba a la residencia próxima a la Alta Torre. El cielo se encontraba rodeado de nubes grises que oscurecían las calles.

Aceleraba el paso cada cuanto lo suficiente para atraer la atención de los ciudadanos de la élite que cruzaban también.

Había dos mujeres con vestidos excéntricos que platicaban juntas, pero al pasar al lado de ellas, desviaron la mirada para echarme el ojo. Después de eso, una mujer que arrastraba el cochecito decorado de su bebé se sobresaltó al verme, casi volcando a su hijo por el movimiento hacia la acera, pero por suerte sujetó el coche a tiempo.

Caí en cuenta que no llevaba la expresión mas agradable, la típica fachada del hijo del Kaisier, puesto que tenía el rostro fijo en preocupación y me veía bastante inquieto. Me sudaban las manos y tenía la respiración entrecortada, solo podía imaginar lo peor tras recibir el llamado de mi vivem. Siempre temía el día en que dirigirme hacia la residencia fuera el último.

Al llegar a una de las viviendas, arrastré mi brazo por el reflector de acceso, el cual me permitió ingresar a una habitación iluminada por solo una lámpara junto a la cama. En el suelo, la hallé ahí, su cuerpo tendido con solo su manta para dormir. El corazón se me aceleró, corrí hacia su lado mientras escuchaba sus quejidos de dolor. Ella levantó la vista, sus ojos azules iguales a los míos me observaron como si no me hubiese visto en años.

—Marxel... —gimoteó y con las manos temblando, levanté su cuerpo esquelético del suelo para colocarla sobre su cama. Las sabanas estaban revueltas entre sus piernas y las volví a colocar hasta sus brazos. Toqué la piel helada de sus mejillas, había permanecido un tiempo en el suelo donde la temperatura estaba helada. Ella se retorció un poco entre el frío y el dolor—, Marxel —repitió esforzándose por respirar.

—Tranquila —le susurré y froté las sabanas contra la piel de sus brazos para calmarla—. Te traeré un poco de agua.

Me separé para tomar un vaso de la alacena. Apreté los labios y escudriñé la habitación en busca de los enfermeros que se suponían que debían estar aquí con ella. Me aseguraría de despedirlo a todos después de que me encargara de ella.

Regresé a su cama y coloqué el vaso sobre sus labios, tomó pequeños tragos y escuché su rasposa garganta al hacerlo. Tras unos segundos, recuperó un poco la voz.

—¿Mejor?

Ella asintió con la cabeza, pero hizo una pequeña mueca de dolor. La ayudé a acomodar su cabeza sobre su almohada así se sintiera más cómoda. Ella me apretó la mano en cuanto terminé, su muñeca huesuda envolvió la mía y apretó con fuerza, o al menos, la poca fuerza que todavía le quedaba.

—Escuché que te ascendieron —me dijo arrastrando las palabras con la voz ronca debido a pulmonía—, no deberías estar cuidando de tu madre moribunda.

Ladrona de Espejos | 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora