Capítulo 41: Marxel

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MARXEL

0,5 segundos después del disparo

Todo se detuvo.

Mi padre se había colocado frente a mí para recibir el impacto de la bala.

0,75s.

Su espalda chocó contra mi pecho.

1,5s.

Me di cuenta de que el mundo podía desvanecerse en un segundo y medio. Así de rápido.

Volví a tener control de mis brazos y sostuve a mi padre. La sangre se escurría de su pecho manchando hasta mi propia camisa. Sus ojos se desviaron hacia abajo, palideció al mirarse la herida.

Colocó todo el peso de su cuerpo sobre mí, obligándome a arrodillarme en el suelo. La bala había perforado su pecho.

Alcé la mirada para ver donde se hallaba Pam. Su rostro también había palidecido. Se suponía que la bala iba dirigida a mí, no a mi padre.

Se suponía que yo debía estar herido.

La furia traspasó todo mi cuerpo y mi visión se tornó borrosa. Debí controlarme antes de cualquier movimiento inopinado, me di cuenta del error después de liberar el arma que aguardaba en la cinturilla de mi pantalón y disparar. La mano que sujetaba la pistola me temblaba

Al instante, se escuchó un gemido de dolor. La bala había atravesado la pierna de alguien.

Juli.

Observé como Pam sostuvo su hombro al reparar la herida de su rodilla. Volví a disparar, pero ambos reaccionaron más rápido, inclinaron la cabeza hacia abajo y salieron de la oficina. Habían desaparecido en un santiamén.

Estuve a punto de colocarme de pie e ir tas ellos, cuando mi padre envolvió su mano con la mía.

—Jovencito —dijo en un ronco susurro.

Las manos me temblaron cuando analicé la gravedad de su herida. Presioné con fuerza donde la sangre abordaba y se deslizaba fuera. Una gota de sudor apareció en mi sien y alcé la mirada hacia la puerta abierta.

—¡Necesito un médico, por favor! ¡Han herido al Káiser! —grité con un desapacible auxilio. Continué presionando, intentando alargar el tiempo antes de que llegara la ayuda. Tras unos segundos, alguien apareció en la puerta. Un oficial miró a mi padre tendido en el suelo y comenzó a circular la noticia.

Mi padre sacudió la cabeza y noté como el sudor cubrió las facciones de su cara. Tenía un aspecto pálido y moribundo, perdiendo todo el color de su rostro.

—Jovencito —repitió varias veces, intentando llamar mí atención. Hasta que bajé la mirada hacia a su rostro— Pam... — Entrecerró los ojos—. Sí Pam logra escapar, estamos acabados. Debes ir a por él.

Negué con la cabeza, presionando su herida con fuerza.

Estaba intentando decirme que le dejara solo, cómo si reconociera su propio destino. No me gustaba cómo sonaba. Mamá también intentaba decirme que no lo lograría antes de morir.

No podía perder a ambos padres en un solo día.

—Aguanta. El médico vendrá en cualquier momento —le avisé y sujeté su cabeza con mis manos—. Estarás bien.

—Debí haberte escuchado, Marxel —soltó y apretó los dientes por el dolor—. Tú tenías razón.

Sentí el nudo en la garganta. Si tan solo me hubiera escuchado antes, nada de esto habría sucedido. Pam no habría disparado. Podría estar en este momento encerrado tras las verjas.

—Ya no importa —le dije sintiendo cómo se me rompía la voz—. Deberías aprender a escucharme ahora en adelante. Siempre he querido que me escucharas —musité y un estremecimiento se escapó de mis labios. Mi confesión había brotado desde lo profundo de mi interior.

Solo quería que me escuchara. Papá apretó la tela de mi camisa con fuerza, formándola en un puño cerrado.

—Cometí demasiados errores —admitió y sus ojos se apartaron de los míos, unos segundos—. Debes perdonarme.

Al escucharlo, sentí que las lágrimas se escapaban descontroladas de la coronilla de mis ojos. No podía creer que, después de todo lo que me había hecho, después de todo el dolor que me había provocado tuviera la audacia de pedirme que le perdonara.

No podía pedirme justo ahora, cómo si pensara que con unas simples palabras pudiera borrar todo el pasado entre nosotros. Cómo si nunca hubiera existido,

—No es justo que me digas esto ahora, papá —pronuncié con la voz áspera y raspada, continué apretando su herida—. No es justo.

Él asintió, como si se conformara con ello, y una lágrima se deslizó por su mejilla.

—Siento que hayas tenido que pasar por tanto dolor, Marxel.

—Papá.... —sollocé.

Un grupo de paramédicos llegó en ese preciso momento. El médico se acercó para separarnos, pero en el momento en que papá soltó mi camisa sus ojos comenzaron a apagarse.

«Jovencito»

Fue lo que intentó pronunciar hasta que los cerró por completo. Los paramédicos se encargaron de reanimarlo.

Nada. Vacío. Todo se silenció a mí alrededor. Tras unos segundos, uno de ellos se aproximó para colocar una mano sobre mi hombro y soltó aquellas palabras de lamento. No. No podía estar muerto.

Me llevé las manos a la boca mientras las lágrimas me cubrían las mejillas, tratando de sofocar el sonido de mí propia respiración entrecortada.

Todo puede arruinarse en cuestión de segundos, sin previo aviso, sin la oportunidad de detenerlo.

Hace un tiempo, había deseado que aquel momento se volviera realidad. Solía odiar tanto a mi padre como para anhelar que no estuviera más con vida. Ahora me daba cuenta de su significado y de lo que conllevaba. Dolía tanto como punzadas en cada parte del cuerpo. Dolor. Arrepentimiento. Furia.

Yo debí haber muerto.

«Él me salvó»

Ladrona de Espejos | 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora