Capítulo 21: Marxel

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MARXEL

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MARXEL

Convencerla de soltarme era el trabajo más difícil que había tenido hasta ahora. Estaba empezado a desesperarme la idea de no poder salir de este sitio. Mi equipo debía estar buscándome por la zona, tomándose el maldito tiempo, aunque podían estar muy cerca por la forma en que Kara estaba tan alertada esta tarde.

Aun así, el tiempo se acortaba como un reloj de arena y los diez días pronto llegarían a su fin.

Las pesadillas interrumpieron de nuevo en mí sueño, sin poder pegar un ojo en toda la noche. Kara había creído que yo me encontraba dormido cuando apareció en la sala a mitad de la noche y comenzó a rebuscar el escritorio. Mantuve los ojos cerrados, fingiendo dormir, mientras la escuchaba maldecir en un susurro. Podía incluso notar su propia frustración desde donde me encontraba.

Parpadeé y con cautela, la vi sacando unos papeles de los cajones. Parecía buscar algo con urgencia. Se topó con un pedazo de hoja y se mantuvo estática, analizándolo. Tenía que ser bastante importante porque lo guardó detrás de los bolsillos de su pantalón. Volví a cerrar los ojos al tiempo que se daba la vuelta.

De pronto, sentí su mirada mí. Podía jurar que me estaba dando un repaso. Escuché sus pasos al avanzar hacia el sillón al lado, y se sentó. Soltó un suspiro estrepitoso

—Puedes dejar de fingir que estás dormido.

Entreabrí los ojos, encontrándome con su mirada y los brazos cruzados. Me estiré dentro de lo posible en aquel sofá. Un bostezo me sacudió.

—Bueno, no tendría que fingir sino fueras tan condenadamente ruidosa —objeté.

Estas últimas horas con ella, era un entretenimiento sacarla de quicio. Despertaba en mí una llama de sensaciones nuevas al verla apretar los dientes, fulminarme con la mirada, y notar el fuego que irradiaba en sus ojos. Entre todas las cosas, no había algo que me llamara más la atención que el desafío de hacerla perder el control.

Una expresión de indiferencia se acopló a su rostro—. Esa era la intención.

—¿Qué era lo que buscabas?

Apretó los labios.

—Nada —respondió. Bien sabía lo que había en sus bolsillos.

Una tensión acudía en su mirada y no era por mí pregunta. Jugueteaba con sus dedos, pero algunos le temblaban. Tenía curiosidad por saber lo que pasaba por su cabeza analítica. Había notado su comportamiento, su forma de pensar a mil por hora. Siempre observaba a su alrededor, atenta a todo lo que sucedía, aguardando todos los detalles.

En cierta forma, su curiosidad por comprender cada detalle me resultaba tan familiar. Cómo si fuese mí propio reflejo. Y por un instante, me intranquilizó la posibilidad de que dos personas de diferentes mundos, creencias y perspectivas resultaban casi iguales.

Ladrona de Espejos | 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora