Capítulo 4: Marxel

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M A R X E L

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M A R X E L

El señor Pam me condujo hacia el cuartel de investigación después de la reunión con mi padre. La mano derecha del Káiser tenía el acceso a todos los datos de la Corona y dirigía el cuartel de seguridad. Él era el encargado de proteger la ciudad de todos los atentados por parte de los rebeldes y de encerrar a quienes causaban problemas. De alguna forma, parecía ansioso de que me involucrara en el caso.

Visualicé en el pasillo a Samaria que caminaba en dirección contraria a nosotros. Llevaba puesto el traje azul militar con un arma en el costado y sus botas de cuero rechinaban por todo el pasillo. Una sonrisa empezó a formarse en su precioso rostro cuando se acercó a nosotros.

—Marxel —saludó, deslizando su mano por mi brazo—. Escuché que ahora tienes una nueva misión —Percibí emoción en su tono de voz. Ella sabía que yo elegiría a los próximos candidatos. Por la forma en que me miró, supe que quería que la tomara en cuenta para la próxima lista.

Le devolví la mirada.

—Así es.

—Puedo colaborar con la captura —se ofreció y pestañeó varias veces, rogándome con su mirada. Ella siempre era buena colaborando en las tareas, no había dudas, pero eso iba de acuerdo con la capacidad de riesgo. Debía estar al tanto de cuales serían los próximos movimientos para la misión antes de elegir a los soldados del equipo.

Samaria no se trataba solo un excelente soldado de nivel superior, sino que también era mi amiga de la infancia. Junto con Will, nos escapábamos del instituto, asistíamos a la misma clase, ingresamos a la academia militar, y entrenábamos todos los días. La conocía desde hace muchos años y le tenía muchísimo cariño, así que no permitiría que le hiciesen daño. Si bien ella era un soldado extraordinario tanto en los entrenamientos como en las misiones, no podía poner su vida en riesgo y tampoco quería cargar con la responsabilidad si algo malo le sucedía.

Ella parpadeó un par de veces con la esperanza de obtener mi respuesta, sin embargo, no podía hacer promesas que luego me sentiría obligado a romper.

—Samaria, ¿no deberías estar entrenando? —le preguntó Pam tras unos segundos, lo soltó de una manera tan grotesca como si la estuviera regañando.

Ella se dio la vuelta, enfocó su atención en él y arrugó la nariz.

—He entrenado esta misma mañana —le contestó y luego añadió con una picara sonrisa—, Es más, he aumentado mis horas de entrenamientos como me lo pediste, papá.

Samaria era muy buena acatando ordenes, tenía una disciplina excelente, y podía ser capaz de lograr cualquier cosa que se proponía. Era algo que a Pam le irritaba tanto como le agradaba. Había educado a su hija para ser casi perfecta; era lista, extrovertida, conseguía las mejores calificaciones de la academia. Sin embargo, a los ojos de su padre, jamás sería lo suficiente.

Ladrona de Espejos | 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora