K A R A
Me costó volver a conciliar el sueño, por lo que esperé a que los rayos del sol se filtraran por la ventana para poder levantarme de la cama. Me coloqué las botas, que había dejado tiradas en el suelo, y una sudadera oscura de lana por el frío de la madrugada. La prenda me la había regalado mi madre y todavía la conservaba después de tanto tiempo que el uso había provocado que la tela se estirara. No podía negar que el cambio físico era notable en comparación cuando tenía quince años, crecer y entrenar me había transformado en una persona diferente.
Cerré la puerta de mi cuarto con delicadeza y me sorprendió encontrarme a estas horas a Dante ocupado en su ordenador. También llevaba puesta una sudadera con la capota y en cuanto avisó mi presencia, giró la silla y me miró.
—¿Tampoco puedes dormir? —me preguntó y asentí en respuesta. Sus ojos dulces brillaron. Reparé que llevaba el cubrebocas que le cubría la cicatriz. Dante nunca se lo colocaba estando en el estudio, al menos que fuera para otro motivo.
—¿Saliste? —cuestioné. Me preocupaba que saliera de noche. La zona marginal era insegura en cuánto el sol bajara, nunca te encontrarías a salvo sin un arma.
Parecía haberse olvidado de que la llevaba puesta porque frunció el ceño y se llevó las manos al rostro para quitársela. Su cicatriz quedó a la vista.
—Fui a tomar un poco de aire fresco —dijo y se rascó la barbilla. Tenía una mirada pensativa plasmada en la cara—, la memoria de Thomsen me tiene bastante intrigado.
Al escuchar su nombre, hice una mueca y recordé la información que me había cedido antes de que lo envenenara. La orden había manipulado las cifras de mortalidad al difundir la enfermedad a ciertas secciones de la sociedad.
Cuando la enfermedad salió a la luz en los medios de comunicación hace un par de años, generó tanta histeria y pánico que la gente no salía de casa. Hasta el día de hoy, el cuartel científico de Prakva todavía no habían encontrado la raíz del contagio o bien una vacuna, pero tenían la creencia que quienes se infectaban de la enfermedad se debía a su genética, «como pegarse la lotería» había dicho Hans. Las personas vivían constantemente con miedo a infectarse, y este sentimiento era muy manipulable, puesto que la Orden prometía salvar a los suyos a cambio de su lealtad.
Me intrigaba el trabajo de la Orden, una emoción que me ardía la piel. Si era cierto que eran hábiles al crear y propagar la enfermedad, también debían de saber la forma de revertirlo, donde podrían salvar a miles de vidas cada año. La enfermedad era lo peor que podrías desear, era terrible, doloroso y lento, hasta que la persona alcanzaba la muerte. Si llegase a conocer toda la información, a quién estuviese al mando de los planes, podría llegar a paralizar su transmisión.
—¿La revisaste?
—Por supuesto —dijo y sonrió de lado—, y no vas a creer lo que encontré.
Mi corazón comenzó a martillar contra mi pecho. Ese tipo de palabras me generan una sensación gratificante. Cualquier rastro que encontrábamos, por poco que fuera, me hacía encontrarme más cerca de mi objetivo.
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Ladrona de Espejos | 1
Science FictionTras perder todo lo que amaba, su familia y hogar, Kara hará lo que sea por destruir a la corona. Aún si eso significa robar las identidades y disfrazarse de los rostros de sus enemigos para infiltrarse a la sociedad elitista. Marxel, próximo hered...