Capítulo 33: Marxel

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MARXEL

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MARXEL

Kara y yo corrimos por hacia la sección trasera de la casa de mi madre. Busqué la puerta supletoria que guiaba al interior. Antes de entrar, tomé una profunda respiración. Tenía el corazón desbocado y debía controlarme si no quería cometer alguna estupidez preso al miedo de lo que me esperaba.

Cuando abrí la puerta lo primero que vi fue la figura del doctor Kahn, quién atendía a mi madre desde que empezó a enfermar. Su bata blanca relucía con el escudo de prakva a su izquierda y le alcanzaba la suela del zapato como una túnica. Se encontraba de espaldas, rellenando la taza de agua de mi madre con el fresco de píldoras a su lado. Rara vez el doctor Kahn remplazaba el trabajo de las enfermeras, al menos que estuviese aquí para anotar la progresión de la enfermedad.

—Doctor Kanh —lo llamé.

Se dio la vuelta y dio un respingo al verme, lo que provocó que la taza que tenía en sus manos se deslizara y se rompiera al suelo. 

—Marxel —dijo mi nombre en un balbuceo. Parpadeó varias veces y luego recompuso la espalda—.  Me alegra que hayas recibido mi llamada. No esperaba que lograras venir dado que... desapareciste.

Espera, ¿Él había hecho la llamada?

—Estoy aquí —susurré, mirando los retazos de la tasa de mi madre en el suelo. Volví mi atención hacia él—. ¿Y mi madre? Necesito....

Antes de que pudiera avanzar por el pasillo, se posicionó delante de mí para bloquearme el paso y me atajó con su mano.

—Tranquilo, ella te está esperando. Primero debo decirte algo —dijo.

—¿Qué sucede?

Él tomó una profunda respiración y sus ojos se desviaron hacia Kara, quién estaba detrás de mí. Frunció las cejas, pero volvió a enfocarse de nuevo en lo que planeaba decir.

—Lo siento, Marxel —dijo y aquellas palabras no me agradaron. Cualquier frase que comenzaba de esa manera nunca pintaba bien. Menos si venía de parte de Kanh—. Sabes que todos estos años he intentado remediar su dolor y ayudarla de alguna forma.

—Tu solo... ve al grano, por favor —susurré, entrecerrando los ojos.

—Tu madre ha alcanzado el limite de la última fase.

—¿El limite?

No respondió, o quizás, le resultaba difícil hacerlo.

Yo no podía creerle. No podía ser cierto. Él siempre decía lo mismo para que nunca perdiera la oportunidad de despedirme, pero no podía ser posible. No ahora.

Me hice a un lado y me adentré a la habitación. Me reconfortó ver a mi madre con los ojos abiertos. La sorpresa arrastró su mirada cuando notó mi presencia y pronunció mi nombre repetidas veces.

Ladrona de Espejos | 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora