Capítulo 28: Kara

110 16 30
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


KARA

Mi cuerpo se estremeció por el frío del suelo. Caí en cuenta de que ya no me encontraba en el estudio o en algún lugar conocido de la zona marginal. Las paredes eran blancas, la intensidad de las luces era intensa y olía a pulcritud. Era tan nítido como los corredores de la Alta Torre.

La intensidad de la luz me tenía mareada y tuve que colocarme de pie para examinar donde me encontraba. No era una habitación cualquiera, era grande y podía visualizar su extensión hasta un paradero sin salida. Me tambaleé cuando noté el aspecto de tres sujetos a distancia.

De lejos pude apreciar el cabello castaño de mi padre y quienes le acompañaban a su lado. Mi madre y Tomás.

La confusión arrastró mis pensamientos, pero no dudé en correr hacia ellos. Mis pies descalzos rozaban el frío y resbaloso suelo como si corriera por una vereda de hielo y nevisca. Tomás fue el primero en sonreír y levantó una mano hacia arriba.

—¡Kara! —gritó y la emoción de escucharlo se filtró por mi cuerpo. Era él, era mi hermano.

Solo podía pensar en alcanzarlos. Corrí y corrí hasta que le distancia que nos dividía se iba acortando cada vez más y conseguí ver sus sonrisas con claridad. Una emoción tiritó por toda mi piel y sentí la necesidad de abrazarlos palpitándome por todo el cuerpo.

Mis piernas se detuvieron. Mi cuerpo se paralizó, pero no por elección. Estaba muy cerca de ellos, sin embargo, algo nos dividía. Una pared de cristal bloqueaba mi camino. Era tan transparente que solo pude advertirla hasta aproximarme. El pánico me atravesó, toqué el cristal y entonces lo golpeé con todas mis fuerzas.

Las sonrisas de ellos habían desaparecido. La mía también. Volví a golpear la pared, sintiendo la desesperación por todo mi cuerpo. Apreté los puños.

—Tomás —dije su nombre cuando lo vi acercándose al cristal. Sus ojos me devolvieron la mirada y una lágrima se derramó a través de ellos. Mi voz se rompió—. Tomás.

Levantó la mano y colocó la palma sobre el cristal.

Liberé el puño, luché contra la tentación de volver a golpear la pared y extendí los dedos de la mano. Lágrimas de irritación arrastraron mis mejillas cuando también coloqué la palma sobre el cristal. Estaban muy cerca. Tan solo nos separaba el grosor de aquella pared.

De pronto, el cristal se tornó oscuro. Una sombra turbia ascendió desde el suelo y comenzó a extenderse. La imagen de mi familia se distorsionaba. La tonalidad fosca se propagó como una bruma que trepaba por toda la pared. La ansiedad zumbó bajo mi piel cuando sus miradas desaparecieron de mi vista.

Me topé con mi propio reflejo. La pared, que antes era transparente, se había convertido en un espejo enorme.

Conseguí ver mi rostro. Mis ojos oscuros, húmedos por las lágrimas y llenos de ira. Una ira que estremecía cada parte de mi cuerpo. No soportaba ver mi propio reflejo. Aparté la mano y arremetí el puño contra este.

Ladrona de Espejos | 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora