Él juró proteger a la corona. Ella, acabar con todo lo que él representa.
Tras ver su hogar reducido a cenizas por un miembro de la corona, Kara hará lo que sea por destruir el sistema desde adentro. En una sociedad donde la identidad lo es todo, el...
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MARXEL
La oficina de mi padre era más grande sin él.
Miré hacia abajo. Samaria se encontraba de rodillas limpiando la herida de mi muñeca. Sus delicadas y suaves manos acariciaron mi piel. Ni siquiera moví un músculo cuando se dispuso a colocar el antiséptico sobre la herida abierta.
Había transcurrido una hora desde el incidente. Se llevaron el cuerpo de mi padre unos minutos después de morir. Las manchas de sangre habían desaparecido, por lo que solo quedaba la sangre que me asediaba. El doctor Rhis de la Alta Torre, se ofreció en curarme las heridas, pero yo me había negado a que me tocara, así que ahora Samaria era la que hacía el trabajo.
Le temblaron las pestañas cuando me echó un fugaz vistazo.
—Siento mucho lo de tus padres, Marxel —susurró suave—. No tenía idea de lo que estaba haciendo.... —apretó los labios y por no decir «padre» se limitó a pronunciar—. Pam. Si no fuera tan bueno ocultando las cosas te lo habría dicho, pero no tenía idea. L-losiento.
No contesté.
—Te prometo que estaré a tu lado. Yo no voy a traicionarte —continuó asegurándome, ahora sus ojos azules me miraron fijamente y se acercó para sujetar mis mejillas.
Levantó una mano para acariciar mi mejilla, pero retiré sus dedos de mí rostro. Ella se alejó un poco de mí, sabiendo que no quería que se acercara. Sus mejillas se sonrojaron y bajó su mirada hacia su regazo.
Ella no tenía la culpa, pero me era imposible mirarla sin saber lo que había provocado su padre. Sus ojos eran idénticos a los de Pam.
«Pam»
El nombre que me hacía recordarlo todo. Todo lo que me hizo. Me dijeron que había huido. Que se había ido a quién sabe donde...
Sentí como la sien me palpitaba. Apreté los puños de las manos sintiendo la ira atravesarme de manera irrevocable. Por su culpa había manipulado a mi padre, mi madre sufrió día a día en una cama por años, y le había arrebatado la familia a Kara.
Y ahora, ya no estaba. La Orden había desaparecido, por el momento.
Samaria terminó de vendarme la herida cuando Will entró en la habitación. Cruzó miradas conmigo y luego con la chica que se encontraba de rodillas a la silla.
Ella me acarició el brazo en un gesto cariñoso antes de colocarse de pie y dejar el kit de emergencia sobre el escritorio, caminó hacia Will y comenzó a platicar con él, aunque claramente los oía desde donde me encontraba.
—¿Cómo está? —preguntó el moreno.
—No ha querido hablar conmigo —contestó ella—. Creo que está un poco absorto.
—Entiendo —asintió, y la miró por encima del hombro, enfocando sus ojos preocupados en ella—. Ve a descansar. Ha sido un día largo.
Samaria tragó saliva, me miró por un ligero instante y luego asintió. Salió por la habitación.