M A R X E L
Seraphine cerró la puerta a sus espaldas, dejando a Kara al otro lado de la habitación, me observó desde el marco de la puerta y su barbilla se elevó ligeramente en mi dirección. Por un instante, su rostro atrajo demasiados recuerdos de la última vez que me encaró, casi podía ver el mismo resplandor de sus mejillas cuando intentó remplazar el papel de mi propia madre.
Pero aquella mirada nunca había logrado generar ningún efecto sobre mí.
Noté la decepción en sus ojos, casi tan evidente como el cruzamiento de sus brazos.
Respiré profundamente, podía sentir los latidos erráticos contra mi cuello, y cuando me pasé la mano por la boca, pude apreciar el sabor de Kara con sus besos. Jamás había probado algo tan adictivo, una sensación que se había extendido por todo mi cuerpo en el momento en que la había probado. Una conexión prohibida a la que tenía mucho que arrepentirme.
—Puedes darme el sermón ahora, Seraphine —hablé primero, logrando que el salón se estremeciera con mi voz, o quizás había sido solo mi propia imaginación.
Avanzó tan solo dos pasos hacia a mí antes de detenerse.
—Tú sabes que has cometido un grave error.
Aparté la mirada de sus ojos acusadores y me centré en el salón el cual me había acorralado, su casa era tan vieja que daba la sensación de que podía encontrarme varias telarañas en cada rincón, y, sin embargo, su gusto excéntrico y lúgubre se acoplaba en las alfombras carmesíes y los muebles de madera.
—No es la primera vez que me has visto con una chica —contesté arrastrando un dedo sobre la mesa de su salón y llevándome un poco de polvo en su camino—. No seas exagerada.
Continué analizando el salón mientras sus ojos me escudriñaban. Seraphine siempre había demostrado tener un gusto demasiado obsesivo, alargando una vida de deseo por el dinero a la que había tenido que renunciar. Ahora cada pared de su casa parecía reprimir todo lo que había deseado en la vida. Mi padre era el culpable de ello, le había susurrado tantas promesas y mentiras al oído para no cumplir ninguna, le había arrebatado su trabajo, sus títulos, y la había enviado lo lejos posible para poder olvidar su nombre.
—Os he observado a los dos.
Ladeé la cabeza, sin demostrar una sola expresión en mi rostro.
—¿Qué has observado exactamente?
—Tienes sentimientos hacia ella.
Esta vez, una risa brotó de mis labios, cargada de ironía y algo más que ni siquiera yo quería reconocer.
—¿Sentimientos?
Esa palabra era tan ajena para mí que casi sonaba extranjera. Mi padre se había asegurado de arrancarla de raíz de mi mente, de mi vida, tantas veces que su simple mención me resultaba incómoda, casi absurda. Desde que era niño, me enseñó que el deber debía ser lo primordial, que cualquier otra cosa era una distracción innecesaria, una debilidad que no podía permitirme.
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Ladrona de Espejos | 1
Ficção CientíficaTras perder todo lo que amaba, su familia y hogar, Kara hará lo que sea por destruir a la corona. Aún si eso significa robar las identidades y disfrazarse de los rostros de sus enemigos para infiltrarse a la sociedad elitista. Marxel, próximo hered...