La ama de llaves de la mansión Luchzt, Greta, observó a Artemisa con amor. Sentía por la joven el tipo de amor que se siente por una niña que has visto crecer desde que llegó al mundo. No compartía su sangre, pero para Greta era como si lo hiciera.
Estaban en la habitación destinada a esconder todos los objetos que un día fueron de la señora de la casa.
El lugar prohibido.
El único espacio de la casa en el que nadie tenía permiso de entrar.
De sólo pensarlo, Greta sintió que el sudor frío le perlaba la nuca... Pero estaba segura de que valdría la pena el riesgo.
—¿Crees que mamá realmente amó a papá? —preguntó curiosa, trazando el perfil de su padre plasmado en un cuadro que había pintado su difunta madre, Anya Luchzt. En el cuadro, su padre se veía casi sonriente, parecía estar observando a la pintora con picardía.
—Creo que no importa cuán curiosa seas. No nos conviene ni siquiera pensar en eso, conociendo el mal genio de tu padre, podemos estarnos ganando una paliza por entrar a este lugar. —indicó la anciana, revisando con nerviosismo las gavetas del tocador de la señora, segura de que en algún lugar de esa habitación tenía que estar la cadenita que la señora había mandado a hacer para la niña.
—¡Pues no estuviéramos aquí si no me hubiese contado de la cadena! —exclamó Artemisa con ilusión. Moría por tener en sus manos eso que su madre había mandado a hacer para ella.
Cuando se trataba de sus progenitores, ella era muy emocional y eso a Greta le partía el corazón. La anciana se decía una y otra vez que la niña no merecía esa vida.
Ella merecía vivir feliz, rodeada de personas que la amaran, no encerrada y alejada del mundo.
—¡Bingo! —exclamó la anciana cuando encontró la bendita cadena.
La levantó, mostrándosela a Artemisa y sintió que cada segundo de zozobra había valido la pena. Cuando vio que los ojos azules de la joven se humedecían, no pudo contener las lágrimas en los propios.
Artemisa tomó la cadenita con sus pequeñas manos temblorosas y la sostuvo contra su pecho, pero el momento emotivo no le duró mucho, pues el sonido del auto de su padre al llegar las alertó.
—¡Vamos! —exclamó la anciana corriendo hacia la puerta.
Lograron salir y cerrar la puerta antes de que el motor del auto se apagara.
Para el momento en que Midas Luchzt entró a la casona, Artemisa fingía estar leyendo en la sala y Greta cortaba algunas verduras en la cocina.
Se habían salvado... De milagro Artemisa estuvo a salvo.
Sólo que la próxima vez, no correría con la misma suerte.
Tres meses atrás, en un día nublado, Cicero Vasileiou estacionó su auto en el estacionamiento de la naviera de su familia. Aun sentía un poco de resaca después de la noche anterior, pero no tendría mejor oportunidad que esa para hacer de las suyas... Había recibido un mensaje de Angelique, indicándole que saldría con Kal, que era su momento perfecto para actuar.
Entró y nadie le prestó atención, ni siquiera la recepcionista advirtió su llegada... Eran ese tipo de cosas las que hacían que se llenara su corazón de rencor. Desde la infancia había crecido siendo la sombra inservible de Kal. Su padre había sido el segundo hijo de Bemus Vasileiou, pero todos en la familia parecían ignorar la existencia de su padre y la suya propia. Cicero los odiaba.
Principalmente, odiaba a su abuelo con todas sus fuerzas. Desde la adolescencia había intentado sabotear los planes de su abuelo; al principio lo había comenzado a hacer por llamar la atención, pero, con el paso del tiempo se dio cuenta de que él realmente disfrutaba saboteando los planes de su abuelo.
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ESPOSA RECHAZADA (Saga Vasileiou II)
RomanceEl heredero de los Vasileiou no podía creer que su abuelo lo había vuelto a hacer. No podía creer su mala suerte. Casarse con una mujer a la que ni siquiera conocía era el menor de sus males cuando se tenía el corazón roto... Habían muchos secretos...