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Finalmente, mi último dinero ahorrado se ha agotado y lo poco que conservo no cubre ni siquiera la mitad de lo que cuesta la habitación para pasar la noche, mi último día aquí también ha terminado. Doy una última revisada al cuarto asegurándome de que no he olvidado nada. Como esperaba el trabajo con la licenciada Gómez no se dio, cuando hablé una chica me contestó indicándome que el puesto ya había sido ocupado así que ahí terminaba la poca esperanza que aún me quedaba de conseguir un empleo.

Tomo mi maleta y salgo del cuarto que había estado ocupando, bajo a la recepción y entrego la llave dándole las gracias a la chica del turno de la mañana. Salgo a la calle y me debato un momento en decidir que rumbo tomar. Decido recorrer un poco las calles fijándome en los anuncios de empleos que hay por ahí, pregunto en un par de lugares, pero la respuesta es la misma en cuanto les digo que no tengo un domicilio o algún número fijo dónde localizarme. Cansada de dar vueltas me encamino hasta el único lugar en el que puedo permanecer un rato... el parque frente a la cafetería.

Me siento en la acostumbrada banca frente al lago y observo a la gente ir y venir mientras pienso en que hacer, tal vez pudiera quedarme aquí esta noche, aunque el frío y la idea de estar sola en plena noche no me resulta nada llamativa, sé que es una tontería además de un acto sumamente peligroso, pero lo cierto es que conforme pasa el tiempo comienzo a sentirme más desesperada.

Me pregunto si Laura ya habrá regresado de su viaje, sé que ella podría ayudarme, pero el pensar en ir a su casa y encontrarme con alguna de las amistades de mi madre o alguno de los socios de papá me hace desistir, además no tengo idea de lo que ellos hayan podido decirles a los padres de Laura, no quiero que ellos me encuentren y me obliguen a deshacerme de mi hijo para luego casarme con quién sabe quién y tampoco quiero meter a Laura en algún problema.

—¿Estás pensando o intentas hipnotizar a todos los patos del lago? —su voz llena mis oídos y como si fuera algún tipo de hechizo hace que todas mis preocupaciones desaparezcan —Hola.

—Poché... —su nombre me sale en un susurro y de inmediato siento enrojecer mis mejillas —Hola...

—¿Qué haces aquí Daniela? —me pregunta con una sonrisa —Pensé que ya estarías en la cafetería.

—Yo... no... es que... —no sabía que decirle, a decir verdad, ni siquiera había pensado en ir este día.

—Vamos —Poché me mira de pie a mi lado esperando a que me levante.

—No creo que pueda ir hoy Poché —le digo un poco avergonzada, sé que después querrá acompañarme de regreso al hotel.

—¿Por qué no? —me pregunta sin dejar su sonrisa y ladeando un poco su cabeza, en ese momento se percata de que este día tengo la maleta nuevamente conmigo y eso la hace fruncir el ceño —Mira, no sé que es lo que te pasa —dice tomando mi maleta y colgándosela al hombro antes de que yo pueda evitarlo —pero mi padre, que es un hombre muy inteligente, siempre dice que no hay problema que no tenga solución mientras tengamos el estómago lleno.

—De verdad Poché, yo... —intento hacer que ella me escuche, pero fiel a su costumbre fracaso completamente.

—Nada Daniela —dice cruzando los brazos e intenta parecer seria, pero su sonrisa la delata —Escucha, si no me quieres decir lo que pasa está bien, pero ya saber que no me gusta comer sola, y tú no pareces ser la clase de chica que abandona a un alma en pena ¿o sí? —agrega mientras forma un puchero haciéndome sonreír por primera vez en el día.

—Está bien, tú ganas —digo poniéndome en pie finalmente.

—Genial.

Ambas caminamos hacia la cafetería, la campanilla suena al instante en el que Poché abre la puerta y me cede el paso, saluda con un ademán a Kim y a Alejo quienes están en la barra y caminamos hacia nuestra típica mesa.

Una vida perfectaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora