Capítulo 7: No soy ingenua

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Esa misma noche, no solo Hope estaba teniendo un mal sueño.

Josie se removió en la cama apretando sus ojos.

Através de sus sueños, ella miró un parque iluminado por la luz del sol. Desde su perspectiva, todo parecía terriblemente enorme.

Alguien, solo un poco más alto que ella,  se plantó frente suyo mirándola con profundos ojos azules y ella jadeó entre sueños por lo familiares que se sentían.

Debido a la falta de nitidez de la imagen mental, ella no pudo reconocer el rostro de aquella pequeña niña.

A lo lejos pudo notar a dos figuras maduras que las observaban desde la comodidad de sus asientos improvisados sobre el césped recién cortado.

No podía ver perfectamente los rostros. Sin embargo, si notó un destello azul en la mirada de uno de ellos. Esos ojos azules se le hacían muy conocidos.

No podía decir cómo o por qué, pero sentía que ese no era un sueño realmente.

Se despertó de golpe, sentándose erguida en su cama con la respiración entrecortada y su rostro sudado.

Miró la hora en su pequeño reloj de mesa y gruñó.

Empezaba a odiar a su jefe por hacerla levantarse tan temprano.

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Faltando solo cinco minutos para que dieran las seis, Josie ya se encontraba frente al edificio textilero.

El viaje en el metro fue satisfactoriamente pacífico. Al parecer eran pocas las personas que se dirigían a sus trabajos a esa hora.

Saludó a Martin, el guardia de seguridad, y estuvo a punto de pedirle las llaves de la oficina del señor Bennet, no obstante, recordó que nunca se las dio, como le había indicado Judy, por haber pasado hacia el estacionamiento directamente con Hope.

Salió del ascensor e inmediatamente fue a la cafetera para prepararle el café a su jefe.

Escuchó las puertas del elevador abrirse y miró en esa dirección.

El señor Bennet traía una cara bastante peculiar. Ella jamás lo había visto tan feliz y sonriente.

—¿Dónde está mi café, Saltzman?

Ella se acercó a él y le tendió la taza que había preparado con antelación.

—Necesito que vayas a buscar a la cafetería de abajo algunos postres para ofrecérselo a mis invitados.

Ella asintió y lo vio entrar a su oficina.

Una hora más tarde, dos hombres elegantes, uno pelinegro y el otro castaño, salieron del elevador y se detuvieron frente al pequeño escritorio de Judy.

—Buenos días, señorita. Tenemos una reunión con el encargado de contabilidad —dijo el hombre de ojos cafés con una sonrisa de lado.

Judy casi se derritió al verlo.

—Por supuesto, el señor Bennet los está esperando. —Señaló la puerta con su mano.

Ambos hombres asintieron en su dirección y entraron a la oficina.

Josie, quien había estado en el baño todo ese tiempo, miró con curiosidad las espaldas de los hombres mientras desaparecían por la puerta del señor Bennet.

—Vaya. Era cierto que vendrían temprano.

Judy asintió.

—¿Y cómo eran?

El Océano De Tus Ojos ~HOSIEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora