Angstober: RadioDust [Hazbin Hotel]

1. Soledad

     Primero fue la música estridente, después fueron las luces frente a los espejos del recibidor. La imagen caleidoscópica de la fiesta le dio vueltas en la frente. Pudo sentir las náuseas recorrer un tambaleante camino desde su estómago hasta la garganta. Todo era tan amarillo y chillón que se volcó la bebida encima por accidente. Algunos invitados se giraron para ver el desastre que había hecho. Se disculpó arrastrando las palabras. No se sentía bien.

     Oyó a Charlie decir un par de cosas. El eco de su voz era tan molesto que pensó en callarle, pero ella estaba tan emocionada que tuvo que contenerse. Giró la cabeza con los ojos entrecerrados, topándose con el vibrante color del vestido de la anfitriona. Estaba hablando desde el podio sobre algo que no parecía tener pies ni cabeza. Los invitados estaban a su alrededor, contemplando el discurso con atención y modales, llevando cada uno su respectiva copa de licor. No podía negar que ella se había esmerado mucho en preparar todo para la fiesta del primer aniversario del Hazbin Hotel. Tantos candelabros hermosos, luces cálidas, los centros de mesa con preciosas rosas artificiales de terciopelo, adornados con velas aromáticas de canela, la comida más exquisita, todo estaba hecho para el momento clave.
     Pero Angel no se sentía parte de la fiesta. Su cabeza estaba lejos, muy alejada de la realidad. Sus ideas se las habían tragado las burbujas del licor. Flotaban encima de él. Extensiones que jamás podría recuperar.

     Se puso de pie y camino lejos del salón, tratando de huir del evento lo más pronto posible. Cuando finalmente ya no pudo ser visto por nadie, se frotó el cabello con una mano y se dirigió a la azotea del hotel. No había dormido bien desde hacía días atrás. Las cosas con Valentino no habían mejorado, incluso si él se había comprometido a hablarlo de corazón. Nada parecía funcionarle, y lo peor de todo es que no había forma de detener el dolor. Charlie y Vaggie le habían ayudado mucho, pero no era suficiente. Con Valentino nunca era suficiente. Estaba clavado dentro y fuera de su cuerpo como una espada. No le dejaba avanzar. Era el ancla que lo mantenía en lo más profundo del inferno.
     Llegó al balcón y la sensación del viento le causó un terrible escalofrío. Toda su piel se puso rígida. Se frotó los brazos. Se miró el vestido; estaba incómodo, pero a Cherri le había gustado.

     Mirando a la ciudad Pentagrama, se preguntó de verdad si habría alguien allí que tuviera el mismo destino que él. Que se sintiera de la misma forma. Las luces parecían hablarle, y de alguna forma quiso preguntar a Dios si ese fue su destino siempre. Si eso era lo que tenía planeado para él desde un principio. Si de verdad se lo merecía después de todo. Tampoco podía ignorar la profunda culpa que sentía por no estar al lado de sus amigas en un momento tan especial como ese. El hotel estaba en su momento de ápice. Todos parecían estar considerando enlistarse y esperar lo que se tuviera que esperar para llegar al paraíso. Angel Dust estaba ahí, pero, ¿realmente estaba ahí? ¿Todo su anhelo estaba ahí o era que simplemente quería sentirse aceptado por primera vez, incluso si eso significaba llegar al cielo? ¿El cielo podía significar para él todo lo que siempre espero de su familia y amigos? ¿Y si no era así? Charlie ni siquiera había terminado de rehabilitar a ninguno de los bastardos que estaban dentro, pero algo había hecho bien como para ganarse el reconocimiento de todos.
     Suspiró. Entre más lo pensaba, sus ojos iban cayendo más y más abajo, hasta llegar al suelo. Su labio tembló, sus ojos ardieron. Supo que iba a llorar, y había tardado bastante en ponerse la mascara de pestañas. Se abanicó con las manos y negó con la cabeza. Estaba haciendo un gran esfuerzo y parecía que solo él lo notaba.

     —¿Por qué no estás en la fiesta?

     Angel gritó sobresaltado y se tambaleó con los tacones. Todo estaba tan oscuro que no podía ver nada.
     —¡Idiota! ¿¡Qué diablos haces aquí!? ¿¡Qué es lo que quieres!? —Trató de ocultar la mirada. No le gustaba que lo descubrieran llorando. Mucho menos si se trataba del payaso de Alastor.