26. Engaño

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     Dormir juntos era divertido. La sensación de un cuerpo junto al otro compensaba el mal del infierno. El castigo no tenía tanto peso cuando se sabía que, al regresar después de un largo día de sufrimiento, alguien te recibiría con los brazos abiertos. Los gritos se cortaban de tajo con las luces apagadas; se convertían en murmullos, casi como secretos.
     Pero no existían las garantías en el averno. El tiempo entre Angel y Alastor había sido contado desde el momento en que echaron un ojo encima del otro. No todo lo que brillaba era oro. Alastor comenzó a estar cada vez más ocupado. Al principio, Angel lo comprendió. Alastor era un overlord muy importante, y sus salidas tenían siempre un objetivo profesional, sin embargo, estas se volvieron más frecuentes y tardías con el tiempo.
     Las cosas comenzaban a enfriarse.

     Así que, de buena gana, Angel una noche preparó una cena para ambos. La azotea del Hazbin fue el lugar que eligió para avivar la llama de la pasión de nueva cuenta. Los pecadores iban ahí de vez en cuando a conversar o a ver la ciudad Pentagrama, así que contaba con bancas, flores y luces cálidas para mejorar la experiencia. Tenía una vista excelente.
     Colocó una mesa cerca del balcón, se puso la mejor ropa que encontró y se preparó para recibir a Alastor con los brazos abiertos. La peor parte fue preparar la comida. Se limitó a un poco de carne, ensalada y puré, y las bebidas las robó del bar de Husk.

     Cuando logró terminar de prepararlo todo, se sentó en el lobby del hotel. Estaba ansioso porque Alastor llegara.

     Así que esperó...

     Esperó y esperó.

     Estaba quedándose dormido cuando un sonido, similar al de unas pezuñas, hizo eco en el salón. Angel abrió los ojos. Estiró los brazos, bostezando. Alastor iba entrando, haciendo el menor ruido posible. Llegó cerca de las tres de la madrugada, sin el saco y con la corbata deshecha. Angel lo miró extrañado. Se puso de pie y caminó hasta llegar a donde estaba.
     —¿Por qué regresaste tan tarde?

     —Trabajo. Me gustaría dormir.

     —Oh... —Angel se frotó la nuca, pensativo—. Pensé que llegarías antes. Anoche volviste a las doce, y...

     —No pude.

     —Sí, lo sé... Solo...

     Alastor caminó hacia el ascensor. Angel le siguió por detrás, imaginándose el banquete ya roído por las ratas y cuervos de la ciudad. Suspiró.
     Entraron y se pararon uno al lado del otro. Alastor lo miró por un momento, notando al fin el bonito vestido de noche que su novio se había puesto.
     —¿Saliste?

     —No, no... —Angel se cruzó de brazos—. No... Tuve otros planes pero se cancelaron, ja, ja, ja.

     —Ya.

     Llegaron al último piso. Angel no sabía qué hacer con todas las emociones que le daban vueltas en la cabeza. Supo que en cualquier momento iba a vomitar. No había cenado nada en espera de que Alastor llegara. Nunca se había sentido tan estúpido.
     Entraron a la habitación. Angel, resignado, comenzó a desvestirse apenas puso un pie dentro. Alastor le imitó. Ninguno decía nada.

     Angel no se sorprendió en absoluto de lo que estaba pasando. Era lo usual en su noviazgo.
     Ninguno de los dos fue recibido con un beso.
     Parecía que estaban viviendo el final de una mentira.

     Se acostaron en la cama. Angel se giró hacia una pared, Alastor hacia la otra.
     Había tanto silencio que le chillaban los oídos. Tragó saliva.
     —¿Cómo te fue?

     —Estoy cansado, Angel.

     —Solo quiero saber, es todo.

     Alastor suspiró.
     —Nada nuevo. Las mismas estupideces de cada día.

Angstober: RadioDust  [Hazbin Hotel]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora