18. ¿Volverás a casa?

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   —Es mejor que tomen asiento. Lo que voy a decirles es importante.

     La información corrió dentro de Angel como sangre por sus venas. Rebobinó otra vez el recuerdo, volviéndose a lastimar. Buscó señales en todas partes, pero solo volvía a ocasionarse el mismo escalofrío que le había pasado factura durante la confesión de Alastor.
     No comprendía por qué él, a pesar de todo, no pudo decir lo que sentía. La incertidumbre se lo estaba comiendo vivo, con la vista clavada a la pared y las lágrimas resecas sobre sus mejillas.

     Si algo sabía hacer Alastor, era mentir. Pero, ¿esa vez también lo había hecho?

     Los reunió a todos una tarde para darles la noticia de su partida. Estaba harto del hotel, aburrido de la monotonía. Delegó tareas a Charlie, siendo que ella era la dueña, y a los demás ni los miró. Desapareció, en búsqueda de algo que le atrajera lo suficiente. Los chicos podían quedarse ahí, porque a él, lo mismo le daban.

     Angel no lo pudo creer. Se le doblaron las rodillas en cuanto cruzó la puerta de su habitación. Alastor era así. Egoísta, interesado, libre de compromisos pero con muchos deseos que satisfacer, y por ende, nunca se quedaría en un lugar. Su función como alma en pena no era estática, sino, todo lo contrario. Angel imaginaba los posibles lugares en los que lo podría encontrar. Iba, con la esperanza a flor de piel. Cada puerta simbolizaba una nueva oportunidad, pero Alastor no estaba en ninguna parte. La deliciosa cosquilla en el estómago desaparecía luego de tantos intentos fallidos.
     No estaba. Sospechó que no volvería jamás.

     No podía ser cierto, porque las personas como él siempre regresaban. Al menos, por un corto lapso de tiempo.

     Charlie, al ver tan invertido a Angel Dust en su tarea de perro fiel, trató de convencerlo de continuar su proceso de rehabilitación. No podía seguir viendo al joven actor destrozado, así que, con un par de palmadas en la espalda, lo guió hacia el buen camino.
     —¿Cómo estás? ¿Te sientes bien? —preguntó ella una de tantas veces, en búsqueda de síntomas peligrosos.

     Angel Dust negó con la cabeza, forzando en su mirada una pasión por vivir ya marchita. Era muy doloroso de ver.
     —Sí, sí... Estoy bien. No te preocupes —respondió, mirándose las manos—. ¿Cuál es la actividad de hoy?

     —Oh, bueno... Sobre eso... Pensaba darte el día libre, si lo deseas. Has estado esforzándote muchísimo con la redención, Angel... Así que pensé que premiarte...

     Angel desvió la mirada, deseando que se callara de una vez.
     —Dime qué hacer. No necesito saber nada más.

     Esa se convirtió en su dinámica a partir de ahí. Angel Dust continuó el proceso como si se tratara de órdenes impuestas. Charlie no supo cómo manejarlo, y al notar cierta comodidad en su amigo —más fingida que real— decidió que lo mejor era permitírselo. Charlie no comprendía por qué Alastor le había afectado tanto, sin embargo, se imaginaba algo muy parecido a la realidad.
     Angel aumentó sus escapadas nocturnas al club de Mimzy. Se arreglaba como una mujer para no ser reconocido. Pensó que, en algún momento, él aparecería de nuevo en su vida.

     Alastor era un hombre. Uno que, definitivamente, su padre hubiese adorado si la oportunidad de conocerse no cayera en la fantasía. Caballeroso, nada mal parecido, de buen talante... Lo que más anhelaba era parecerse a él, o al menos, tenerlo cerca.
     Era, por supuesto, un claro modelo a seguir que lo tenía atado de pies y manos, confundido, deseoso, vestido de pies a cabeza como una mujer desesperada.

     Charlie no puso resistencia. Trató de comprenderlo.

     Angel estaba tan concentrado en encontrar a Alastor que ignoraba encontrarse en el infierno. La búsqueda lo hacía sentir vivo. Tenía, al fin, una causa a la cuál aferrarse; una razón para redimirse y no hacerlo al mismo tiempo. Un anhelo, un deseo.
     Todo de Alastor, todo por Alastor, casi como una religión.

     Tomaba asiento en la mesa más alejada y se reía de los chistes sin detenerse a pensar si en realidad le habían causado gracia o no. Las canciones y los bailes eran todos ensayados, disfrutados, y digeridos por la compañía de una figura imaginaria. Se vio, en más de una ocasión, a él mismo en tercera persona.

     Alastor estaba entre las sombras, las paredes. Era parte del espectáculo, de las risas y la diversión, y por supuesto de él, de Anthony.

     Hasta que se lo encontró. Estaba sentado al fondo, bebiendo, en compañía de un par de personas que jamás había visto. La dueña del club estaba con él. A ella fue a la única que Angel reconoció.

     El mundo, la sangre, todo el aire del infierno entró en su cuerpo. Se encogieron sus miembros, se le paralizaron los músculos. Alastor estaba ahí, al fin, y era real. No era la sombra que se imaginaba, sino que ahí estaba él. Sintió el durísimo impulso a llamar su atención, y mientras planeaba algo, los ojos centelleantes de Alastor le miraron desde el otro lado del bar. Angel se fundió por dentro. Tragó saliva y se levantó.
     Era su momento. Se había comunicado con él.

     Se acercó a la mesa a pasos tímidos. Cuando arribó, Alastor le dedicó una fría mirada que lo dejó quieto en su lugar. Angel se había vuelto obediente gracias a Charlie.
     Estaba sintiéndose más hermoso, más frágil, mucho más vulnerable que otras veces. Se invitó a sí mismo. Robó una silla de una mesa contigua y se sentó al lado de Alastor. Estaba ardiendo. Se ventiló con ambas manos.
     Los demás se dispersaron. El locutor suspiró, mirando fijamente al vaso de licor frente a él.
     Angel se hizo el idiota, tratando de no notarlo.

     —¿Vienes aquí a menudo? —preguntó Alastor luego de un rato. La pregunta le sacó un suspiro al actor.

     —¿Qué?

     —No te había visto jamás por aquí. ¿Por qué te acercaste? No te pedí que lo hicieras...

     La mirada de Angel se turbó. Llevó una mano a la garganta, más nervioso de lo que pensaba. Se cubrió el rostro.
     Tanto para que al final Alastor no lo reconociera.

     Titubeó. La lengua se le entumeció. La cara le hormigueaba.
     —N-No... No, disculpa... Yo... —dijo, poniéndose de pie—. E-Es que yo...

     —Lo sé. Eres Angel. ¿Qué quieres?

     Alastor tenía razón. ¿Qué quería Angel después de todo?
     Acorralado por sus deseos, movió las manos con frustración, en espera de que las palabras pudieran salir. Cuando se dio cuenta de que su resistencia era mucha, se doblegó.
     —Sonrisitas, te he extrañado mucho...

     —Oh, por favor... No te hagas esto, querido. ¡Dejé bien en claro mis intenciones desde un principio! Y como les dije a todos, no discutiré mi decisión. ¿Comprendes lo que he dicho?

     Angel no quería asentir, pero su cabeza actuó de forma automática. Quiso arrancarse la cara.
     —¡Lo lamento tanto!

     —Como deberías... —Alastor continuó bebiendo, embelesado con el show.

     Angel salió del bar hecho un mar de lágrimas. Se avergonzó a sí mismo como jamás lo creyó posible.

...

Angstober: RadioDust  [Hazbin Hotel]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora