Capítulo 24: Los jóvenes prometedores.

12 1 184
                                    

Estaba claro que el grupo había pasado mejores etapas y esta no era para nada una de ellas. Noté como se había enfriado aquel enlace que nos unía. De todas maneras, eso no me preocupó mucho, o al menos no dejaba que me preocupara, pues siempre acabábamos pasando por alto nuestras diferencias y desacuerdos para volver a caldear el ambiente y compartir unas cuantas risas.

Antes de la última clase del día me encontré a Dominic por los pasillos. Nunca me había puesto tan nerviosa como aquella vez y lo relacioné al hecho de la situación que había con mis amigos respecto a La Sede y la misión de separar las dos realidades. Aunque en el fondo sabía que era de tan solo recordar lo que le había comprado en la perfumería, pues comencé a jugar nerviosamente con el objeto en el interior del bolsillo de mi chaqueta. Sí, la misma chaqueta me sobraba en estos momentos a causa del sofoco de calor. Odiaba esa sensación.

—¿Qué hay? —me saludó con una pequeña sonrisa y se detuvo en frente de mí.

—Ahí vamos —le ofrecí un intento de sonrisa y la borré de inmediato para añadir—: Un desastre, para qué te voy a engañar. Siento que el grupo se está desmoronando a pedazos, a cámara lenta. Y no es nada nuevo que Adriel y Evie sigan en la misma posición.

Al verbalizarlo sonó incluso más devastador, por eso resoplé en señal de derrota y vi la forma en la que me miró, con esa expresión de compasión que me hizo cambiar de tema.

—¿Tú qué tal? —pregunté, haciendo el esfuerzo de levantar los ánimos, que me estaban pesando toneladas últimamente. Aunque no lo pareciera, también me importaban mis estudios y aquello del entrenamiento sabía que me iba a quitar mucho tiempo.

—Diego y yo iremos preparando esta semana las MALIDS para comenzar el entrenamiento y asegurarnos de que no haya ningún problema con ninguna. No nos vendría mal un poco de ayuda, así que si quieres y tienes tiempo puedes venirte esta tarde sin problema. Así ya serás una experta cuando empecéis el entrenamiento.

Una sonrisa asomó en sus labios al hacer aquella broma, pero para su sorpresa yo no me reí.

—No te he preguntado por eso, Dom. Te he preguntado por ti.

Su expresión de cambió, como si se le hubiera caído la máscara que usaba para ocultar esa preocupación que me dejó ver en ese momento. Respiró profundamente y se mordió el labio, arrancándose una piel seca de este.

—Si te soy sincero, me da algo de miedo que no seamos suficientes para cumplir con la misión, porque si solo hubiera necesitado a dos personas más, no os hubiera molestado al obligaros que se lo dijerais a vuestros amigos —confesó en un tono débil.

—Seguro que somos los suficientes, y si no, me encargaré de que lo seamos. Puedo ser muy convincente cuando quiero.

Las tornas se habían cambiado por completo respecto a como solía serlo: era yo quien le estaba animando y quien intentaba sacarle una sonrisa. Sus ojos aguamarina colisionaron con los míos y mediante aquella mirada quise transmitirle que todo iba a ir bien.

—Y respecto a la invitación, me lo pienso y luego te digo algo. Me tengo que ir a clase.

—De acuerdo. Chao —levantó la mano para despedirse e hice lo mismo.

Lo vi alejarse y antes de que él pudiera darse la vuelta me encaminé hacia el aula. Mi mano seguía en el bolsillo, jugueteando con el objeto entre mis dedos y preguntándome por qué razón no se lo había dado. Aquello solo me dio la excusa perfecta para ir a La Sede esa misma tarde.

***

Sabía que mi madre no iba a dejarme salir de casa a menos que fuera por una causa relacionada con los estudios, así que no me quedó más remedio que mentirle diciéndole que tenía que ir a la biblioteca porque necesitaba consultar unos libros para un trabajo de historia. Me coloqué la mochila en la espalda para disimular y cogí la bicicleta como solía hacer siempre que iba a la biblioteca.

MÁS QUE UN SUEÑODonde viven las historias. Descúbrelo ahora